Los uranistas

Karl Heinrich Ulrichs da a conocer Investigaciones sobre el amor entre hombres, lo envía abogados y autoridades a fin de impedir leyes persecutorias contra ellos.

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Karl Heinrich Ulrichs le escribe a su hermana, en 1862: “Amar incluso a la más bella entre todas las mujeres me es absolutamente imposible, y esto sencillamente porque ninguna mujer me inspira siquiera un rastro de deseo amoroso, y ningún ser humano puede inspirarse a sí mismo amor hacia determinadas personas o sexos mediante la propia fuerza de voluntad”. 

Nació en Alemania en 1825. En 1854 renunció a su trabajo a fin de evitar ser corrido por “escándalo público”. Quedó inhabilitado. Entre 1863 y 1879 da a conocer Investigaciones sobre el enigma del amor entre hombres, que envía a jueces, abogados y autoridades a fin de impedir leyes persecutorias contra los que el llamó “uranistas”. Ulrichs dio voz a un problema de derechos humanos hasta entonces soslayado y ayudó a devolver la autoestima a sus semejantes oprimidos. Se le considera pionero del movimiento gay.

Karl Maria Kertbeny nació en Viena, en 1824. Influenciado por Ulrichs, da a conocer en 1869 dos panfletos anónimos contra el homófobo Código Penal prusiano que se impone en todo el Reich. En lo medular, el texto dice: 

“El moderno Estado de de­recho —que únicamente debe proteger derechos y no tiene más misiones adicionales para las que existen y están destinados otros órganos de la sociedad—, no debe ocuparse de cuestiones sexuales allí donde no se vulneran derechos de terceros”. 

En 1880 publica Descubrimiento del alma, donde por primera vez aparece la palabra “homosexual”. Si a alguien se le debe el concepto de identidad sexual es a Kertbeny. 

Magnus Hirschfeld es alemán, de 1868. Fue el primero en la historia de la sexualidad en crear el Comité científico-humanitario, primera organización en defensa de los homosexuales. Es editor del Anuario para los estudios sexuales intermedios. Como doctor en medicina —“la verdadera homosexualidad es siempre innata”—, logra publicar textos que la censura nunca hubiera permitido. Fundó el Instituto de Ciencias Sexuales. Fue símbolo de todo lo que los nazis odiaban. Su libro, Safo y Sócrates, se anticipó a Alfred Kinsey (1894-1956), pionero de la investigación sexual. 

Sin estos nombres nada de lo que pasó a partir de 1969, con los disturbios del bar Stonewell, en Nueva York —razón de las marchas del orgullo gay—, sería posible.

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