Luna de hiel

Los poderes fácticos están a la expectativa, algunos hacen escarceos para medir y condicionar las futuras reformas.

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Hay quien dice que la luna de miel de la Presidencia de Enrique Peña Nieto llegó a término. La realidad es que la gracia de inicio de gobierno es relativa y, en cierto grado, imaginaria. Las primeras semanas de Ernesto Zedillo y Felipe Calderón fueron particularmente amargas; ningunas tan benévolas como las de Vicente Fox. Los presidentes buscan imprimir su sello en las decisiones iniciales bajo la tesis de que las victorias iniciales abrirán paso a un mejor futuro. De todo ha habido: discursos dramáticos, detenciones ejemplares, golpes emblemáticos, hasta declaraciones de guerra, como la que hizo Felipe Calderón.

La Presidencia de Enrique Peña, en su inicio, fue sorpresiva. El empoderamiento en el Congreso de Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa anticipaba un modelo incluyente, pero con dirección firme del Presidente y sus cercanos. Desde antes quedaría claro que no sería un gobierno de amigos, tampoco de rencores, sino de acuerdo y conciliación, como fue evidente en el trato generoso al presidente derrotado y el apoyo en el Congreso a sus iniciativas preferentes. Calderón tuvo suerte, le dispensaron un trato más comedido y atento que el que él concedió a quien lo hizo presidente y a su sucesor.

La sorpresa mayor no fue el gabinete, sino el Pacto por México. El acuerdo con la pluralidad, su contenido y las decisiones iniciales, particularmente, la reforma educativa mostraron no solo habilidad para la negociación, también claridad en el objetivo de rescatar al Estado de los poderes fácticos y de comprometer y comprometerse con los principales partidos a emprender conjuntamente esta tarea.

Jesús Zambrano y los suyos fueron los primeros que tuvieron claridad sobre la oportunidad. Madero, con buen sentido, tuvo certeza sobre el costo de la autoexclusión del PAN. Calderón y sus afines no la vieron venir y no creyeron lo que muy pronto habría de ocurrir. Tuvieron y tienen la mala entraña de apostar al fracaso, sin otra satisfacción que la de ver la continuidad del desastre que caracterizó al calderonismo en materia de negociación y reformas.

Quienes estudian a la opinión pública han dicho que la población no acompaña en el acuerdo presidencial el buen inicio del gobierno. Es cierto, hay continuidad del escepticismo y desencanto poselectoral, pero lo que importa es el ejercicio del poder; el apoyo popular es deseable, pero no debe ser fin del quehacer político. No es la popularidad el atributo más apreciable del hombre de Estado.

También suelen compararse las estadísticas de las primeras semanas, ejercicio erróneo toda vez que la reforma electoral de 2008 modificó el acceso del Presidente a la publicidad en radio y televisión. Enrique Peña es el primer mandatario que no es acompañado de una oprobiosa publicidad personalizada en los medios electrónicos, así es porque la ley se lo prohíbe y esto tiene consecuencias, sobre todo, por el abuso en el que se incurrió durante el pasado mediato e inmediato.

Es sano el juicio crítico sobre el nuevo gobierno. De muchos hay reconocimiento sobre lo realizado en estas primeras semanas, pero también está la realidad que plantean dos temas difíciles y que, en el mejor de los casos, llevará tiempo para ver un cambio: el deterioro en la economía doméstica y la situación de inseguridad heredada. Es inevitable el fin de la tregua de las voces habitualmente hostiles al poder o al partido que ahora lo detenta. Esto es común en toda democracia y es deseable que quienes ejercen el poder reaccionen con inteligente tolerancia y prudencia, bajo la tesis de que el escrutinio al poder es inevitable y conveniente.

Cierto es que la Presidencia de Peña Nieto ingresa a una nueva etapa después de un inicio particularmente exitoso. Vienen nuevos tiempos; Enrique Peña gobernador fue muy eficaz y su relación con la oposición fue constructiva a partir del comedimiento y respeto. Reestructuró bien la deuda y ejerció el gasto proporcional a los ingresos. Pudo concitar el apoyo de la inversión privada y en esquemas conjuntos concretó una impresionante obra pública. El Edomex tuvo armonía y no hubo vacilación en hacer valer la ley. La eficacia fue el criterio del equipo gobernante y así también se resolvió la sucesión. La popularidad no fue un fin, sino el medio para gobernar.

De proyectar esto a su gobierno, con el apoyo de la pluralidad para hacer realidad las reformas estructurales, será una gestión exitosa. Será fundamental gobernar con disciplina y sin concesiones. Los poderes fácticos están a la expectativa, algunos hacen escarceos para medir y condicionar las futuras reformas. Lo ocurrido con la educativa da pistas de lo que viene y con el apoyo de los partidos, incluso solo con el del PRD, el Presidente podría rescatar al Estado disminuido por los poderes fácticos y hacer de la política un espacio que privilegie el interés general.

La luna de miel es más imaginaria que real. Sigue lo que más importa.

Twitter: @berrueto

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