Malogro rojos de veinte

Te vas a la tienda y me compras unos Marlboro rojos, de veinte, como éstos. Fíjate bien. Que no se te olvide −escucha decir a su patrona.

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Te vas a la tienda y me compras unos Marlboro rojos, de veinte, como éstos. Fíjate bien. Que no se te olvide −escucha decir a su patrona.  

Al entrar Roseta al Oxxo lo primero que advierte es el súbito cambio en el interior del ambiente refrigerado de la tienda. La fresca sorpresa la atrapa y recorre los estantes de mercancías.

Deleita la mirada en colores y bebidas desconocidas en su pueblo y pone una mano sobre el vidrio de la puerta del refrigerador. Percibe una corriente que baja por sus dedos, inundando su cuerpo entero.

Después se forma en la fila de clientes y recita en voz baja  el nombre de los cigarros.  Cuando llega su turno, frente a ella una mujer regordeta, con uniforme y gorro rojo, sonríe a través del mostrador. −Malogro rojos de veinte –exclama Roseta,  aprehensiva. Mecánicamente, la vendedora baja la mano izquierda por debajo de la barra y exhibe el producto solicitado.

Roseta lo toma, pero antes de extender el billete hace un alto. Observa la cajetilla. Reconoce la forma y las letras pero hay algo raro. Mira otra vez, rechaza el tabaco y agrega nuevamente: −Malogro rojos de veinte. 

La dependiente asiente tácitamente con la cabeza, confirmando el producto. −Sí, pero yo quiero un paquete de Malogro rojos, pero de los otros. Vaya singular momento.

Ambas se saben en lo cierto. Prevalece, sin embargo, el interés mutuo de saber a qué se refiere cada una. La tendera asegura: “Estos son sus cigarros”. Roseta agradece, pero no concede, además le incomoda ser cuestionada frente a otros clientes. No siente ya el mismo frescor de cuando entró a la tienda. 

Pero no va a pasar como una estúpida. Roseta baja la vista, respira y aclara con media voz: “Se parecen, pero yo busco un señor que tiene la boca abierta, dientes chuecos, cafés y una bola que le crece en la garganta. No a este anciano gris que parece se está muriendo −y señala hacia una foto terrible-”. La mirada cordial bajo la gorra carmesí, enterada del asunto, rebusca bajo el mostrador. −Malogro con bolita –dice. Ambas mujeres sonríen mirándose a los ojos.

Cordialmente, como solo ellas saben, delimitan un promisorio sendero. Sin apartarse la mirada, el cambio del billete tarda en llegar. −Me llamo  Lucía −escucha decir Roseta a cuando una linda voz la atrapa en el momento de empujar la puerta.

¡Vaya biem!

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