Manuelito, niño con suerte

Pese al caso de Manuelito, la sociedad sigue teniendo hoy la misma relación que la semana pasadas con los niños pobres: ni se les ve ni se les oye.

|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

La semana pasada, muchos fuimos presa de una indignación que convocaba a la rabia: Juan Diego López Jiménez y Carmen Torres, con saña escalofriante, sin pudor y hasta con orgullo, sobajaron y robaron a un niño tzotzil que vendía dulces en el centro de Villahermosa.

Más allá de las insultantes declaraciones del jefe de estos funcionarios del ayuntamiento, Eduardo Osorio López, quien afirmó que el video “da a notar algo que en realidad no pasó”, la reprobación de los hechos ha sido unánime por parte de todo tipo de autoridades, y en este momento los dos delincuentes enfrentan cargos por sus acciones.

Por su parte, el pequeño Manuelito, que en realidad se llama Feliciano Díaz Díaz, ha recibido, lenta pero eficazmente, auxilio de distintas instancias. Ha sido devuelto a su madre e incluso parece ya estar en la mira de otros depredadores, que exploran la lucrativa perspectiva de ofrecerlo al morbo público en algún programa de televisión.

Manuelito es un niño con mucha suerte.

Superada la brutal prueba a la que su país lo sometió, ha logrado algo que cientos de miles de niños indios en condiciones de pobreza nunca logran: ser visto como un ser humano y que su dolor se perciba como tal por una sociedad rutinariamente insensible y racista. Es previsible que las autoridades pongan particular atención en su persona, tal vez llegue a tener mejores posibilidades de concluir la primaria que actualmente cursa, y difícilmente algún otro vividor con credencial de inspector se atreva a agredirlo nuevamente.

Pero la sociedad sigue teniendo hoy la misma relación que la semana pasadas con los niños pobres: ni se les ve ni se les oye; o se les hace victimas del desprecio y del maltrato, cuando no del tráfico de menores y la prostitución forzada.

El silencio, la ceguera voluntaria, o de plano encontrar argumentos que explican por qué está bien que la sociedad funcione como funciona -y que ya va siendo hora de que Feliciano y su madre paguen el IVA por su comida y sus medicinas- son el sustrato básico del clasismo y el racismo que sin piedad tritura a estos niños.
Sin proponérmelo, la vida, de noche en noche, me ha empujado a imaginar a mi hijo en la piel del niñito desvelado que suplica que se le compren chicles.

Estruja el corazón.

El dictum moral de Serrat sigue vigente: cada niño es el tuyo/cada hembra tu mujer.

Lo más leído

skeleton





skeleton