Trámite indigno

Deberían hacer como en el Issste, donde ya no tienes que ir a sufrir la vergüenza de decir que estás vivo.

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Me preocupó el anciano. Me había dicho que iría al Seguro Social a avisar que todavía está vivo para que no suspendan su pago ($1,800 mensuales por toda una vida de trabajo, repite cada vez que toca el tema). Salió temprano. En su reporte  por el celular, me informó que  le había tomado la presión su vecina Paquita, enfermera jubilada, y estaba a tiro: 80/120, y, a pesar de la mañana con heladez, su asma estaba apaciguada.

Por eso cuando me dijo que estaba en Urgencias de la UMF 59 (las siglas son de Unidad de Medicina Familiar), salí lo más rápido que pude. Cuando llegué ya lo habían atendido, pero aún tenía temblor en el labio inferior y en el párpado del ojo izquierdo y estaba lívido. Acababa de checarlo una enfermera. Pregunté cuál era su situación y me dijeron que estaba comenzando a recuperarse y que era cuestión de horas para que su presión se estabilizara. Eso sí, me dijo la joven: vea que no siga haciendo corajes porque un día de éstos no lo va a contar. No está en edad de hacer berrinches.

Ya ves viejo,  qué caso tiene que vivas peleando con todos y por todo. No vas a lograr nunca que el mundo sea a tu medida y que todos actúen como tú (afortunadamente, pensé. Claro no se lo dije porque carece de sentido del humor y no estaba en condiciones de aceptar una broma). A ver, le pedí: cuéntame que te molestó tanto (estaba como ido, porque le dieron un diazepan que tanto les gusta recetar a los doctores del Seguro y que te deja hecho una piltrafa).

Venía yo tan tranquilo, comenzó su relato. Todo iba rebién. Hasta los camioneros de la Emiliano y de Pacabtún me trataron cortésmente. La mañana era agradable y la señora que vende polcanes aquí enfrente me preparó uno suculento, bien bañado de salsa de tomate y suficiente cebolla, que acompañé con una horchata pasable. 

Satisfecha mi hambre (hasta eso, no abusé), vine a cumplir el trámite de comprobar mi supervivencia. Llego a la ventanilla y  me topo con que aparte del papel que te dan cuando acudes cada seis meses firmado por ti y por el encargado, tengo que traer copia de mi IFE (así decía un papel pegado en el cristal) y de mi credencial del Seguro. Uep… en vez de facilitarnos la vida a quienes les pagamos una buena cantidad durante más de 45 años, te complican las cosas. Deberían hacer como en el Issste, donde ya no tienes que ir a sufrir la vergüenza de decir que estás vivo. Es un atentado a tu dignidad. Si no nos están haciendo un favor.

Tranquilo viejo, le pedí cuando comenzó a temblarle más su ojo izquierdo. No te vaya a dar de verdad un soponcio y te quedes aquí.
¡Cómo cara… quieres que esté tranquilo! Si no hubiera traído mis credenciales, como siempre lo hago aunque me regañes,  me quedo sin mi raquítica pensión. Y sabes bien que ese dinero es mi único ingreso después de medio siglo de sobarme el lomo.

Tras el relato,  fui a la ventanilla. El encargado  estaba casi echado en su sillón, conversando con otro como él. Le pregunté por qué no avisan de algún modo a los jubilados (sería mucho pedir que eliminaran ese trámite engorroso e indigno) de sus nuevas exigencias. Me miró de reojo y me dijo: “Ahí está escrito, a mí no me diga nada”. Y siguió su amena charla.

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