Más vale ser dueño de un peso, que esclavo de dos

Nuestra capital está en decadencia. Decadente a partir de las autoridades incompetentes y sin moral, pero también de la apatía de los chetumaleños, que no acertamos a exigir...

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Nuestra capital está en decadencia. Decadente a partir de las autoridades incompetentes y sin moral, pero también de la apatía de los chetumaleños, que no acertamos a exigir que se hagan valer reglamentos y leyes, compromisos y promesas.

Nunca vi un Chetumal tan abandonado, con moradores tan ausentes, tan carentes de identidad, como si Quintana Roo no fuera la tierra que alguna vez los acogió o los vio nacer un día.

Desde el alcalde de Othón P. Blanco que hizo del gobierno municipal un auténtico changarro familiar, porque, pretendiendo que no se hubiera robado nada, como él mismo afirma a la prensa, sí permitió que sus allegados cargaran con el tesoro público, validó la asignación de recursos sin consultar al Cabildo (que de poco o nada hubiera servido) y, lo que resultó peor, utilizó el dinero ajeno como si se tratara de otra caja chica de su familia.

Del gobierno estatal, qué decir… todo lo pinta color de rosa y ¡cuidadito que a alguien se le ocurra lo contrario!
En un escenario como este, donde los taxistas son dueños de las calles porque su líder arreó a la borregada para que votaran a favor del sistema, en el que los policías de Tránsito no aplican el reglamento y si lo hacen es con la intención de extorsionar al ciudadano que, en caso contrario, propone la “mordida” para no tener que pagar multa, donde los vecinos de distintas colonias ya hicieron de las banquetas su estacionamiento habitual, mientras la autoridad se “hace de la vista gorda”, no resta nada más que aclimatarse o emigrar, como ya está sucediendo.

Observe cuántas casas están en venta o en renta, la enorme cantidad de establecimientos que cierran sus cortinas, el enorme aparato burocrático que ya es inoperante y oneroso, una ciudad asolada por los ladrones y una población indefensa, todo, bajo el mismo argumento: no hay recursos.

Lamento mucho no contar con elementos de prueba para poner nombres y apellidos a quienes han saqueado nuestra ciudad (en realidad, al estado entero), pero mientras en las colonias añejas los changarritos de siempre cerraron sus puertas por la escasa venta, en cada esquina nos hemos de encontrar una tienda de conveniencia, una farmacia o una gasolinera. Y la gente se pregunta ¿de quién rayos son estas sucursales comerciales, cuyo volumen aplasta la economía de cientos de familias? ¿O la panacea que resultó ser la apertura de tiendas departamentales, clubes de precios cuyos empleados trabajan por migajas, razón que debemos entender para justificar su malhumorado trato hacia el cliente?

Lo que aquí se observa es una serie de remedios, parches, aplazamientos y justificaciones absurdas, que han hecho de la otrora orgullosa capital política de Quintana Roo apenas una reminiscencia de lo que un día fue, quizás sin plazas comerciales, grandes almacenes ni hoteles de seis pisos, pero políticamente aguerrida, con una identidad propia, socialmente organizada, si usted quiere nativista, pero con enorme ánimo de salir adelante.

Hoy, las nuevas unidades habitacionales hablan por sí mismas: Fraccionamiento El Encanto, con familias que apenas si pueden cohabitar en espacios tan reducidos, con una colección de privadas convertidas en paupérrimos callejones, al igual que las ratoneras que las promotoras residenciales construyeron a unos metros del basurero, tan cerca, que el ruido de las moscas estrellándose contra las ventanas cerradas de las viviendas son el compás cotidiano a la hora de la comida.

Dejamos que otros decidieran el futuro y los más fuimos mudos espectadores de una defectuosa evolución que hoy nos angustia, porque la capital no es tan insegura como las ciudades del norte del país, e incluso, el propio Cancún, pero tampoco es segura.

No voy en contra del desarrollo, pero sí busco equilibrios, y hoy Chetumal y su gente simplemente sobreviven, tan lejos de ser la pintoresca y apacible ciudad de los años 80.

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