Medicina, amor y esperanza

Durante algunos años Mary siguió tratándose con diversas alternativas terapéuticas: médicas y tecnológicas, sin tener los resultados definitivos.

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La práctica  de la medicina es quizá la más noble y solidaria actividad humana, que combina ciencia y arte para preservar la salud del ser humano, independientemente de su condición social, cultural, sexual o religiosa; por eso el médico debe  poseer, además de una sólida formación académica, una profunda convicción humanística que le permita concebir a la salud como un verdadero proceso bio-psíquico-social  con el que se debe  comprometer. 

La buena relación médico-paciente es fundamental para el éxito terapéutico y también permite la oportunidad de establecer una relación personal de amistad con los pacientes, en la que el médico puede hacer  de confidente o cómplice de unos padres: “Dígale que no fume”, “que se bañe más seguido”, o de una esposa: “Dígale que me trate bien y que no tome”, y también compartir algunos aspectos personales no relacionados con la especialidad médica que se practica.

Como fue el caso de Mary, una mujer a la que la madurez todavía le añadía más atractivo a su  esbelta figura  completándola con una amable  sonrisa; acudió por una dermatitis acneiforme, si bien no severa, si incomoda por las pápulas esporádicas y el eritema  persistente; se le prescribió un medicamento y cuando se le mencionó que habían dos cosas que no podía hacer: ninguna gota de alcohol y ninguna carta a la cigüeña, levantando las cejas y oscilando el índice derecho, respondió un rotundo no, porque justamente lo segundo  desde hacia tiempo lo había estando intentado con apasionado entusiasmo, y como Garrick, pidió  que se le cambiara la receta.

Durante algunos años siguió tratándose con diversas alternativas terapéuticas: médicas y tecnológicas, sin tener los resultados definitivos que se quisieran, pero  sin dejar  de intentar el tan deseado  embarazo, por lo que tuvo que someterse a todos los estudios diagnósticos y terapéuticos para conseguir el tan anhelado milagro de la procreación, que mantiene a la especie humana en este planeta y que para la mayoría de las mujeres representa uno de los objetivos trascendentales  del género femenino.

Después de algunos meses de no acudir a  sus periódicas  consultas, hace unos días volvió a aparecer  y desde la sala de espera podía   constatarse la notoria mejoría de su facial padecimiento, al que se añadía una desconocida expresión de felicidad que hacía más visible su recuperación y aunque se podía sospechar la causa,  fue hasta que traspasó el umbral de la puerta que la sospecha se convirtió en certeza, pues la prominencia del abdomen delató si no un avanzado, si un bien logrado embarazo y lo primero que dijo fue: es niña.

En estas fechas en las que celebramos los aspectos obstétricos de la virgen María, es propicia la  historia de esta mujer, que nunca perdió la esperanza de albergar un germen de vida,  al que ya le prodiga  un profundo amor maternal, solo por el resto de su vida.

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