Mente maquiavélica

El anhelo derribó a la ilusión. La esperanza quedó convertida en frustración.

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El anhelo derribó a la ilusión. La esperanza quedó convertida en frustración. Y el sueño en un mal despertar a la realidad. El criterio “trasnochado”, del arbitro portugués, el domingo pasado, nos postró de rodillas, mirando al cielo, a los 120 millones de mexicanos, buscando una explicación, congruente, esperanzadora, algo que nos quitara la desdicha y el infortunio. Alguna señal milagrosa que bajara de las alturas. En menos de cinco minutos, del segundo tiempo, del partido contra Holanda, la eliminación mundialista cayó como un rayo exterminador. Yo me considero un verdadero neófito futbolero, pero lo que he visto en repetidas ocasiones de la escena me permiten reflexionar que no fue penalti lo que el “arbitrario” arbitro marcó como tal. Mi mente “maquiavélica”, la desconfiada, la que a veces me exige ser menos inocente y un poco malévolo, me ha incitado a las siguientes reflexiones. 

Históricamente el juego surgió como una forma de distracción, donde la verdad es objetable y discutible. El juego nace con su ingrediente natural que es la trampa o la inexactitud. Entonces los hombres comienzan a aprender con el juego y a competir entre sí. Y luego el juego se mezcla con el valor y el interés. Con el arte y la disciplina. Y mas adelante darán esparcimiento y relajación a las sociedades. En la modernidad, el juego se convierte en empresa y el fútbol en deporte de masas, en el carácter mundial de las naciones. La maquinaria del orbe que manejan, escasas manos que se han adueñado del mundo como los Rockefeller, los Rothschild, a través de monopolios empresariales, crean una gigantesca estructura económica alrededor del fútbol soccer,  donde asisten con una devoción patriotera los mercados consumistas de Europa, América y parte de Asia y África. 

Con ganancias billonarias para los países desarrollados, o sea, los que mandan sobre los países que obedecen. Y cada cuatro años, comienza a rodar el mundo, convertido en un balón que provoca que la emoción de la adrenalina distraiga por cierto tiempo los problemas cotidianos. Las banderas, los himnos nacionales y la algarabía nos hinchan el pecho de sentimiento patriótico y las mentes se colectivizan sintiéndose participe de aquella justa futbolera mundial. 

Se conforman ocho grupos de cuatro integrantes. Tres se anotan al azar y los ocho  restantes que pertenecen a las mal llamadas “superpotencias” liderean cada grupo. Desde ahí comienzan las sospechas. La FIFA, que es la cara visible de la empresa, hace esa distribución de tal manera, que a pesar de algunas variantes los equipos europeos resistan el mayor tiempo posible, y el gran mercado de ese continente siga activado en el consumo que se paga en dólares y en euros. Ejemplo: ¿Qué hubiera pasado (para la FIFA) si la selección mexicana hubiera ganado el domingo? El mercado, consumista, azteca de 120 millones hubiera seguido activo, pero hubieran perdido preponderancia económica de ganancia en el holandés, repercutiendo en toda Europa, cuatro veces más que la población mexicana. Esta es una de las tantas elucubraciones que mi cabecita “maquiavélica” le ha dado en la sospecha. 

Lo que sí es innegable: La Copa Mundial de fútbol es uno de los mas grandes negocios  que ha ido rebosando las arcas de los poderosos. Porque ¿quién les audita las cuentas?,  ¿nos informan, de sus ganancias? Luego de ver el trampeado penalti que sufrió la selección, junto con el país entero, debería llevarnos a reflexionar, para que un día los países del “tercer mundo” digan NO a esta empresa mundial que son cómplices, no tan sólo del dolor que nos causa el arrebato del sueño y la esperanza, sino agentes directos de nuestra situación económica y con ello, todo lo que esto implica. 

Una disculpa pública del titular Joseph Blatter o que despidan al árbitro, no nos hará retornar lo pasado del sueño. Mientras yo retorno de mi mente “maquiavélica” y triste, tratar de recobrar la fe en el futuro.

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