Merecedores de todo y víctimas de sí mismos /II

Se necesitan unas políticas públicas en favor de los desvalidos, que vayan dirigidas a elevarlos respetando su dignidad; a fortalecer su autoestima, a desarrollar sus capacidades y a lograr su liberación.

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La semana pasada comenté en este espacio la tendencia del mexicano a victimizarse, y la necesidad de superar tal calamidad; la cual resulta de la mala formación recibida por los niños y jóvenes, en la que se privilegian los derechos individuales, poco se inculcan los deberes sociales y menos se impulsan las capacidades personales.

Se trate de grupos sociales marginados o privilegiados, los reclamos de apoyo no se acompañan, siquiera, con un mínimo de compromisos.

En seguimiento de estas ideas, destaco la necesidad de intensificar las políticas públicas en favor de los desvalidos, siempre que vayan dirigidas a elevarlos respetando su dignidad; a fortalecer su autoestima, a desarrollar sus capacidades y a lograr su liberación, no su perpetua dependencia. Se trata de salud pública y de cumplir con la justicia.

Existen nobilísimas acciones que demuestran el poder de la sociedad para realizar obras maravillosas, como el Teletón (que, considero, se desvirtúan si se hace publicidad en favor de quienes aportan a ellas, lo cual, además, ofende).

Pero, insisto, el fin debe ser la plena realización de los seres humanos que merecen ayuda, que necesitan protección, no sobreprotección; que quieren vivir de sus capacidades y no de la caridad; que quieren ser útiles a la sociedad, no mendigos.

Aprendamos de Hellen Keller, sorda, ciega y muda, que dedicó su vida a dar amor a los más débiles y a defender los valores sociales en los que creyó. Seamos capaces de admirar a Stephen Hawking que, paralizado de su cuerpo, se doctoró en física y ha sido mundialmente galardonado por su obra portentosa.

Difundamos, como lo ha hecho Joaquín Lopez-Dóriga, el caso de Juan Daniel Rodríguez, tamaulipeco que nació con síndrome de Down y luce, con orgullo, 61 medallas —46 son de oro— ganadas en carreras de velocidad. En millones de casos como estos hallaremos siempre el coraje de quienes se negaron a vivir como víctimas.

Por eso, ahora que está de moda combatir el acoso y el atropello que realizan pelafustanes en contra de sus compañeros de escuela —eso que llaman bullying— es insuficiente y dañino que todo el esfuerzo se reduzca a sancionar la prepotencia de unos, sin atender a la debilidad defensiva de otros. Toda sobreprotección produce incapacidad para enfrentar la vida.

Aprendamos de la recia formación que se recibe en la milicia. Ahí se inculcan los conceptos del honor y la lealtad; lo que es el valor, la disciplina, el esfuerzo y el estudio; ahí se enseña a servir y amar a la Patria; y a ir de frente al encuentro con la adversidad y la muerte.

Llevemos a la juventud la mística de las Fuerzas Armadas. Hagamos realidad la proclama del Himno Nacional: “...Un soldado en cada hijo te dio...”; no una víctima.

El acero se forja en el fuego, y el ser humano, en la adversidad.

Si desde que somos engendrados vamos directos a la muerte, merezcamos que nuestra partida haga recordar las palabras del senador romano: “Los 300 de Octavio no fueron vencidos, solo fueron muertos”.

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