La muerte no hace distinciones

En las comunidades purépechas en la región del lago de Pátzcuaro, Michoacán, se cuenta un relato muy interesante sobre la muerte...

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En las comunidades purépechas en la región del lago de Pátzcuaro, Michoacán, se cuenta un relato muy interesante sobre la muerte. La versión que se ofrece ahora fue obsequiada por Albino Mejía Chico a José Valencia Oseguera y María Antonia González, quienes la publicaron.

Hubo una vez un hombre que tenía muchos hijos y nunca quedaba satisfecho cuando comía, pues sólo alcanzaba a ingerir dos o tres tortillas.

Un día le dijo a su esposa que le cocinara una gallina y le diera muchas tortillas. Ya con la vianda lista, se fue a un bosque cercano para comérsela él solo. Cuando halló un sitio solitario se sentó y se dispuso a comer.

En eso estaba cuando llegó un anciano quien le pidió algo de comida pues tenía mucha hambre. El hombre le respondió que si se alejaba de su casa para no compartir los alimentos con su familia, menos lo iba a hacer con un extraño.

De todas formas, le preguntó quién era y el anciano respondió que él era Dios. El hombre reaccionó y le espetó que menos le daría algo para comer pues Dios nunca lo había socorrido a pesar de que era muy pobre. Agregó que, por el contrario, Dios siempre ha ayudado a los ricos y les daba más aun cuando no lo necesitaban.

Sin mayor tardanza tomó su bastimento y se fue a otro lugar donde no hubiese nadie. Volvió a preparar su comida y en eso estaba cuando se le acercó una ancianita.

Ella también le pidió que le regalara un poco de comida. El hombre primero se negó a darle algo, pero también le preguntó que quién era. La señora le contestó que ella era la muerte. Entonces el hombre dijo a la señora que sí le daría parte de su comida, pues la muerte no hace distinciones entre el rico y el pobre, entre el anciano y el niño. 

Completó su reflexión diciendo que la muerte sí agarra parejo y se lleva a todos. Acto seguido compartió con la ancianita el guisado y las tortillas. 

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