Murieron o están muriendo

Las tiendas manejadas por familias honorables que hasta te daban fiado con sólo el aval de tu palabra se han marchado al fondo de la memoria urbana.

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Me topé con el viejo cascarrabias en la calle 60 con 65. Estaba parado en la esquina de lo que fue el viejo mercado y hoy es el Bazar García Rejón. Cerca de La Vieja que hace años estaba abierta las 24 horas  y tenía las mejores “patas de queso a peso”. Lo noté desesperado y molesto (es decir casi en su estado normal), refunfuñando (nada raro) y mirando las fachadas de los edificios de enfrente.

¿Qué buscas?, a lo mejor puedo ayudarte, le dije. Telas Álvarez, me respondió. Aquí estaba enfrente, pero hoy veo uno de esos negocios que venden puras porquerías que se echan a perder con la primera lavada. Y tú sabes bien que no tengo una economía boyante. Quiero comprar un corte de popelina porque me fueron a ver dos sobrinitas a mi casa para invitarme a un desayuno y no tengo nada decente qué ponerme, pero, caramba, ya no hay una tienda a dónde acudir. Después el problema va a ser encontrar quién me haga mi guayabera, los sastres son entes de la prehistoria, pero me dicen que por Lourdes hay uno bueno, don Santiago. A ver…

Nos paramos un rato a platicar y fue desgranando sus nostalgias. Era un irredento adorador de las cosas idas. Todo está tan cambiado, comenzó a añorar. Primero fui a buscar La Diosa y ya no hay, luego vine a ver si sobrevivía al capitalismo salvaje (era medio izquierdoso, ya se los he dicho, y le gustaba leer los discursos del Peje) Telas Álvarez, pero ya sucumbió también al peso aplastante de la globalización. Ya ni Almacenes Tino existe y era donde compraba a crédito mis zapatos.

Aquellas tiendas manejadas por familias honorables que hasta te daban fiado con sólo el aval de tu palabra se han marchado al fondo de la memoria urbana. Cuando se ponía nostálgico, el gruñón artrítico empezaba a construir metáforas y circunloquios. 

¿Y el cine Aladino? ¿Y el café que había en la primera planta?, siguió sin siquiera dejarme hablar. ¿Y el Banco de Yucatán que estaba en la contraesquina, aquél de don Vicente Erosa Cámara, cuyo buen nombre han ensuciado sus descendientes, sobre todo el que asesinó a nuestra Sidra Pino?

¿Y la propia Sidra Pino, aquella bebida tan nuestra de sabor inigualable?, seguía preguntándose conmigo como invitado de piedra al monólogo que ya se extendía demasiado. 

Le hubiera yo querido decir, porque sé que aprecia mucho al dueño, que otro negocio amenazado por eso que llama globalización sin entrañas es Almacenes Polo, que tiene 60 años en la calle 62 entre 65 y 63 y lucha con sus últimas fuerzas para no ser engullido por el voraz presente de las grandes corporaciones.

También que el dueño del negocio fue promotor de obras sociales de trascendencia en Yucatán, como la modernización del Cuerpo de Bomberos, y hoy nadie se lo reconoce, pero me contuve. Otro día se lo contaré, me dije. No vaya a ser que le dé un patatús.

Y me sumé a su lamento: Sic transit gloria mundi… 

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