Los muros

El mundo recibió atónito la noticia de que Donald Trump sería el próximo presidente de los EU. A 27 años de la caída del Muro de Berlín.

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El 9 de noviembre, el mundo recibió atónito la noticia de que Donald Trump sería el próximo presidente de los EU. A 27 años de la caída del Muro de Berlín, los votantes del país que hizo de ésta el símbolo de la libertad del mundo capitalista decidieron llevar a la Casa Blanca a un individuo cuyo emblema de campaña fue un muro 20 veces mayor, con la condición ignominiosa de que, además, se construiría a cargo de México. La libertad está muy bien, pero mejor si se queda del otro lado del mar.

Este disparate realizable corona una campaña electoral encargada meticulosamente de proveer a la masa del electorado blanco económicamente lastimado por la globalización económica un enemigo concreto en el cual enfocar su resentimiento y en cuyo aplastamiento encontrar la solución a sus deterioradas condiciones de vida. No se trata, sin embargo, de la propuesta de un fanático que quiera iniciar una rectificación ideológica en su país, sino de una opción propagandística seleccionada racionalmente por su capacidad de atraer a una mayoría de estadunidenses, teniendo en cuenta los rasgos más generalizados de su concepción de la humanidad, del mundo y de su propio país.

Aún en la eventualidad de la derrota, la campaña del republicano ya había hecho cuajar una nueva gran corriente conservadora que recogía los valores más arraigados de este sector, en especial la profunda convicción de que no todos los seres humanos tienen el mismo valor ni pueden en consecuencia tener los mismos derechos. No es lo mismo blanco que negro, mexicano que norteamericano, ni hombre que mujer.

Trump verbalizó cosas que esta masa nunca dejó de creer, pero que hace algunos lustros no veía expresarse con la franqueza obscena del millonario. En la reivindicación simbólica de los EU, blancos y anglosajones, las expresiones del candidato de desprecio a los derechos humanos, a la dignidad de las mujeres, al derecho internacional y a lo extranjero, lograron la cohesión de algo menos de la mitad de los votantes, suficientes para ganar, aunque al parecer -el cómputo no ha terminado al escribir estas líneas- con menos votos que Hillary Clinton.

En su propia clave social, lo que ocurrió en los Estados Unidos guarda enorme semejanza con otros procesos de viraje político en el mundo, tanto a derecha como a izquierda, en los que el hastío de enormes segmentos de población con condiciones de vida y trabajo cada vez más precarias buscan una ruptura del estado de cosas para alcanzar mejores condiciones de existencia.

La incapacidad del neoliberalismo para mantener niveles de vida aceptables para la población comienza a hacer crisis. El modelo ha perdido consenso, pero, como siempre, los costos de la quiebra los pagaremos los países dependientes.

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