Durante los seis años de gobierno del presidente Calderón, algunos insistimos en que el único resultado que valdría como triunfo en la lucha contra el crimen tendría que darse en la vida cotidiana de los mexicanos. El día que jóvenes, niños, adultos, viejos despierten, caminen, trabajen, vivan, se diviertan y duerman seguros de que ellos y los suyos estarán al margen de la pesadilla de asesinos, secuestradores, ladrones, extorsionadores.

Lo repetimos con una tenacidad que enfadaba. Sin calidad en la vida cotidiana, de poco servían las noticias y estadísticas oficiales. Porque, ¿cuántas capturas de capos vale el secuestro de un ser querido? ¿Cuántas toneladas de droga decomisada pagan el asalto a la casa de una familia, con padre, madre e hijos adentro?

Ayer, en el foro Sumemos causas por la seguridad, el presidente Peña Nieto se metió al debate de la estadística de criminalidad. Dijo: “Los primeros resultados son alentadores, por más que algunos se ocupen de decir que no son ciertos, o que algo se oculta detrás de las cifras”.

Son números menos terribles, sí, que los de hace un trimestre. ¿Y? ¿Los mexicanos ya viven seguros? Entrar al campo de la estadística es fijar metas. ¿Cuántas ejecuciones, secuestros, asaltos menos se necesitan para celebrar que estamos en paz?

Para el gobierno, sumirse en esa discusión de periodistas, investigadores y grupos sociales es perder el tiempo. El cambio está en las calles, camiones, taxis, casas, plazas, escuelas, parques. Ahí se acreditará el éxito.

Cuando “las familias gocen de tranquilidad en sus hogares y espacios públicos”. Lo dijo también ayer el Presidente.