No fue una marcha fúnebre
Hay ciertas marchas que logran convocar a verdaderas multitudes y despertar una enorme admiración y una memoria histórica.
A lo largo del tiempo me he ido convenciendo de la inutilidad de las marchas, en especial de aquellas como las que solemos padecer un día sí y otro también en esta bella pero sufrida ciudad capital de México, donde me tocó nacer y vivir. Esas marchas cotidianas han perdido cualquier efectividad y se realizan ya más por inercia que por algún convencimiento en sus resultados.
A pesar de ello, hay ciertas marchas que logran convocar a verdaderas multitudes y despertar una enorme admiración y una memoria histórica. Su valor es más que nada simbólico, pero en ocasiones el simbolismo tiene efectos políticos y sociales a corto, mediano o largo plazos. Dos son las marchas que acuden a mi mente como realmente memorables: la impresionante Manifestación del Silencio de 1968, con aquellos admirables y callados contingentes de estudiantes, semanas antes del 2 de octubre, y la manifestación contra la inseguridad de 2004, cuando más de un millón de personas cubrieron de blanco el Paseo de la Reforma, prácticamente de punta a punta. Es la misma que el entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, despreció con olímpico desdén al calificar a sus participantes como pirrurris.
La marcha de este miércoles 22 de octubre bien puede equipararse a las otras dos, gracias a la espontaneidad de su convocatoria, a la multitudinaria asistencia, al ánimo entusiasta pero pacífico de los manifestantes y a lo conmovedor de su frescura joven, de su autenticidad y de sus nobles intenciones. El motivo que los reunió fue impecable: la aparición de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa y el castigo a los culpables.
De las decenas de miles que marcharon, muchos lo hacían por primera vez y para ellos debió ser una experiencia enriquecedora y de gran belleza solidaria. A mi modo de ver, el único negrito en el arroz fue el afán —no sé qué tan sincero o inducido— de culpar de la tragedia al Estado en general y al gobierno federal en particular, cuando los presuntos autores del crimen provienen de otro lado y se les relaciona con personajes del PRD y de Morena.
Aun así, fue una gran marcha.
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