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La pasada elección local encaminada a renovar el Congreso, los ayuntamientos y la gubernatura de Quintana Roo, representó entre otras múltiples facetas...

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La pasada elección local encaminada a renovar el Congreso, los ayuntamientos y la gubernatura de Quintana Roo, representó entre otras múltiples facetas, un preámbulo de lo que podrían esperar aquellos alcaldes electos que aún sin haber asumido el cargo, anidan deseos ocultos de ir en busca de la reelección. Siete expresidentes municipales compitieron por ocupar nuevamente la silla del poder municipal; ¡pero todos fueron rechazados por un electorado que no olvidó las afrentas pasadas! 

Wilbert Eliseo Bahena Adame, ex alcalde perredista del municipio de Felipe Carrillo Puerto llegó al cargo en 2011, aprovechando el efecto “Chacho”, generado por Juan Ignacio García Zalvidea como candidato a la gubernatura del estado. La cuestionada imagen de Adame y su inadmisible decisión de autoimponerse un elevado sueldo de 230 mil pesos mensuales como alcalde de un empobrecido municipio, se reflejó en el rechazo ciudadano expresado en las urnas el pasado 5 de junio. Fue abanderado del partido Encuentro Social. 

En Lázaro Cárdenas, otro municipio de la Zona Maya, la ex alcaldesa y luego diputada María Trinidad García Argüellez se lanzó al ruedo bajo las siglas de la Alianza opositora “Quintana Roo Une; Una nueva Esperanza”; pero tampoco logró su cometido. Pesó en su contra el escándalo mediático en 2015 cuando se afirmó que la entonces diputada local intentó que sus gastos de una cirugía estética para agrandarle el busto, fueran cubiertos a través del seguro médico de la XIV Legislatura de Quintana Roo. 

Igual suerte corrió el ex¬-priísta José Domingo Flota Castillo en José María Morelos, a quien se le señaló al término de su mandato de haber incrementado su patrimonio inmobiliario en ochenta millones de pesos. Tampoco tuvo éxito el abanderado del PRI, Filiberto Martínez Méndez en el municipio de Solidaridad, a pesar de que las encuestas oficialistas lo situaban con una clara ventaja. En ambos casos el electorado no perdonó los excesos de cada uno.

Así también se expresó la ciudadanía de Benito Juárez al decidir su voto entre Julián Ricalde Magaña y Remberto Estrada Barba. Aunque en este municipio compitió también el exalcalde perredista Gregorio Sánchez Martínez, arropado ahora por Encuentro Social, franquicia de la cual es fundador en la entidad. El abanderado de la coalición “Somos Quintana Roo”, representó en ambos casos la opción electoral menos controvertida y más fresca en términos de propuesta política. Una buena parte de los ciudadanos dijeron que preferían a un alcalde inexperto que a uno con amplia experiencia (para enriquecerse de la noche a la mañana). Los relojes de marca y los caballos pura sangre de Julián no pudieron ser borrados del ánimo de los electores el día de la elección.

A Alicia Concepción Ricalde Magaña también le tocó barrer el polvo de la derrota, a pesar de que tanto ella como su hermano Julián vendieron muy bien su proyecto político-electoral ante el candidato a la gubernatura Carlos Joaquín González. Su pronóstico, al menos en el papel, era en el sentido de que sus nombres impresos en las boletas electorales le acarrearían un triunfo abrumador a éste en sus respectivos municipios, pero luego – en la práctica- no pudieron ellos mismos alzarse con la victoria.

La semana pasada el presidente estatal del PRD, Emiliano Ramos, anunció un acuerdo con el PVEM para que ambos institutos políticos se desistieran de los respectivos juicios de revisión constitucional que cada partido había interpuesto en contra del otro, con la clara intención de ir tejiendo los hilos de una sana y madura relación de gobernabilidad, actitud que desde luego fue alentada y celebrada por el gobernador electo, Carlos Joaquín González.  Pero inmediatamente se alzó con necedad la voz de Julián Ricalde Magaña, desconociendo el acuerdo perredista y diciendo que él en lo personal no se desistiría.

En pocas palabras, le importó más “defender” un pretendido triunfo electoral que sólo existe en su imaginación que contribuir al buen ánimo de abonar a la concordia y al diálogo constructivo de una nueva etapa política en Quintana Roo. La actitud desafiante de Ricalde es propia de un perredismo de ultranza y no puede concebirse si no es a través del cristal de la intransigencia y la intolerancia, capaz de todo en el allanamiento del poder, inclusive de convertir a cualquiera en esquirol de su propio grupo. 

Los ex alcaldes perdedores – todos- deben asumir lo que les corresponde: una regiduría y olvidarse de amagar a Carlos Joaquín en busca de posiciones de primer nivel en el próximo gabinete estatal. Después de todo no merecen más. El pueblo los situó en el sitio que les corresponde, aunque algunos merecerían estar en la cárcel. 

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