Nos permiten elegir la soga

La última reforma electoral estuvo muy por debajo de las expectativas de la sociedad.

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Cuando ya comienzan a templarse los tambores de combate para la próxima contienda electoral y los suspirantes, tanto primerizos como repetidores, motivados en esta ocasión por la reelección inmediata, se sienten con los méritos suficientes para ser nominados candidatos, los que sólo acudiremos a las urnas con la esperanza de transformar la sociedad, deberíamos cuestionarnos qué tipo de autoridades nos merecemos.

Para algunos, la democracia en México no es otra cosa que la oportunidad que tienen los ciudadanos de escoger el color de la soga con la que los van a ahorcar, porque siempre al término de los periodos de gobierno, independientemente del partido, existen evidencias más que suficientes de lo que una periodista ha llamado “la cleptocracia”, pero nunca hay culpables. Por eso, esta misma periodista ha dicho que la alternancia del poder sólo vino a democratizar la corrupción y la impunidad, estrangulando aún más a la sociedad, con este imperante sistema de gobierno sadomasoquista. 

La última reforma electoral estuvo muy por debajo de las expectativas de la sociedad: la segunda vuelta presidencial es sólo una ilusión, la reelección quedó sometida a los partidos, al presidente lo hicieron quedar mal en su propuesta de campaña, firmada ante notario, de reducir cien legisladores plurinominales; los árbitros de la elección se ubicaron más cerca de los partidos que de la sociedad, el gasto de campaña es otra ficción, porque la fiscalización sólo consiste en una auditoría al dinero asignado a los candidatos y no la investigación de lo que realmente gastaron. 

Los partidos políticos son los que deciden y en las cúpulas no hay ideologías, sólo intereses, socios, patrocinadores y cómplices, que luego reclamarán parte de lo obtenido, como si ganar una elección fuera un botín; de ahí surgen los compromisos: a quién otorgarle obras, cargos, quiénes serán proveedores, etc. Los candidatos no son luchadores sociales, sino los que puedan ser útiles a los intereses partidistas y atractivos en la mercadotecnia política, dirigida a los consumidores electorales; la sociedad sólo valida lo que los partidos decidieron, aceptando que la política es el arte de hacer creer lo que no se puede o quiere cumplir.

El futbol y la política en México tienen mucho en común o quizá es una relación causa efecto; cada cuatro y tres años, los organizadores de siempre entusiasman al electorado y a la afición, aunque al final el resultado siempre se repite: la selección no llega al quinto partido y la sociedad sigue con la esperanza de que alguien mejore sus condiciones de vida, pero, eso sí, los patriotas directivos quedan muy satisfechos con las ganancias y los políticos con el poder; hasta que la sociedad no pueda convertir toda esa pasión futbolera en indignación y participación activa transformadora, seguiremos escogiendo coloridas sogas.

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