Hoy finaliza un año, para renacer con nuevas esperanzas, dentro de unas horas, y recibir a un promisorio 2014. 

En estos tiempos no podemos sustraernos a la necesaria reflexión, al recuento de lo que hace ya 365 días nos propusimos.   Unos logramos, otros dejamos de hacer y quizá, los más, nos olvidamos de los buenos propósitos y seguimos viviendo de manera egoísta olvidándonos de quien o quienes requieren de algún apoyo, un escalón para salir de un bache, para avanzar en el propósito de su vida.

Terrible sería que en esta vorágine existencial nos hayamos olvidado de alguien que requiere de todo nuestro amor, nuestra comprensión, nuestra solidaridad. Por paradójico  que pudiera parecernos no es una segunda o una tercera persona. ¡No! Somos nosotros mismos. ¿Cómo podemos pedirle a alguien que nos ame, si no nos amamos a nosotros mismos, con ese amor que conllevan la dignidad, la igualdad, la fraternidad, la solidaridad?

No hablo, de ninguna manera, de una desviación como podría serlo un amor narcisista, egoísta.

Tenemos que fortalecer esos valores en nuestra propia persona, crecer como seres humanos, para que por añadidura tengamos algo que ofrecerles a nuestros hermanos o hermanas que sufren tantas penas en el mundo: los olvidados, los parias, los enfermos, quienes han perdido familia, bienes…

No hagamos demasiados propósitos de año nuevo que luego olvidaremos. Hagamos un solo compromiso con nosotros mismos: crecer como seres humanos, cultivar todos los valores en los cuales podría cimentarse nuestra felicidad, para que finalmente esa felicidad irradie hacia los demás, en un mundo en que el respeto a los Derechos Humanos campee en este año 2014 y en todos los que podamos disfrutar con solidaridad y fraternidad hacia todas las personas que la vida haga transitar por nuestros senderos…