Otra del General Charis

A mi discípula Guadalupe I. Ozuna Morales, aunque retrasado en fecha

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A mi discípula Guadalupe I. Ozuna Morales, aunque retrasado en fecha, mi admiracion perenne como alumna y felicitaciones por su aniversario.

En la década de los años 30 del siglo pasado el Ministro de Guerra, don Joaquín Amaro, le mandó llamar, por medio de su auxiliar subalterno, para darle el nombramiento de ataché (equivalente a agregado diplomático o embajador) militar, de México en Guatemala. Al recibirlo Charis explotó en ira contra el enviado a quien por poco arremete a balazos. 

Al día siguiente comentaba con un amigo cercano: “Es el colmo, que me hayan ofendido de esa manera. Yo, un militar revolucionario de tantos méritos, que me rajé el alma contra los “catrines”… Pero ahí mismo les rompí el condenado nombramiento de “Mapache militar en Matehuala... ¡Bonito papel haría yo llegando como animalito del Ejército a esa población de San Luis Potosí”.

El General Heliodoro Charis Castro nació el 3 de julio de 1896 en Juchitán de Zaragoza Oaxaca, cerca del Istmo de Tehuantepec, donde confluye el Pacífico con el Golfo, donde la marimba hace suspirar con sus notas melancólicas el son de “La llorona” o “La zandunga”. En esa región voluptuosa de hermosa calidez, vino a la vida uno de los hombres que se convirtió en leyenda, con la voz risueña de las anécdotas naturales que emergieron de sus limitaciones al conocimiento. 

Incluido en los generales que participaron activamente en la Revolución Mexicana de 1910, Charis es invitado a una cena de gala en el Castillo de Chapultepec. Un mesero servicial se acerca al convivio  que comparten los estrategas militares del movimiento armado, y respetuosamente les invita: ¿Qué desean cenar los señores? El General Méndez se decide por ordenar unos ostiones del Pacifico. El General Villanueva, por pulpos en su tinta, y cuando el amable mesero se acerca al General Charis, éste le solicita con una seriedad republicana: ¡A mí tráigame una iguana en su roca! Los otros generales se cruzan miradas de asombro, haciendo terribles esfuerzos por no soltar la risa detenida en sus gargantas. Y optan nerviosamente por cambiar de plática. 

En sus últimos años de vida, Charis, recibió la gracia benigna del gobierno que lo dotó de tierras, para hacer de él  un próspero agricultor. Pues bien, en una ocasión se averió una llanta de uno de sus tractores y decidió solicitarla por tren expreso de Sinaloa. Cuando el pedido llegó y fue a la estación ferrocarrilera por él, hizo el berrinche de su vida, gritando que los comerciantes de Culiacán eran unos igualados, groseros y ofensivos y al preguntarle el despachador a que obedecía aquel enorme disgusto, el general Charis le respondió: Te parece poco: ¡Qué no ves que el paquete dice ¡General Popo!

Hoy Heliodoro Charis Castro vive en la memoria del anecdotario típico, de un hombre que le dio a su superación personal el alma natural que los “letrados” llaman utópico, pero jamás mueren del todo. Su sitio universal está en la conciencia de la otra historia, la no ortodoxa, la no oficial. Charis pertenece a la historia popular porque siempre se resistió a ser letrado o “catrín”. Fue un humilde descendiente indígena, que un tiempo mitigó el hambre cazando iguanas que fueron su delirio alimenticio. 

Ahora mismo, son muchos los historiadores e intelectuales, interesados en desentrañar su personalidad muy sui géneris. Su figura recobra interés en la medida que rompe con el tradicionalismo rutinario y en contradicción se ha llegado a afirmar que Charis burló a todos haciéndose pasar por iletrado, considerado por otros, como uno de los mas sabios, que emergió de la Revolución Mexicana.

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