Otro cuento del enano de Uxmal (IV)

'Yo haré durante la noche un palacio para mí, y de él me verás salir mañana' dijo el enano. Y al otro día, se vio el gran palacio de los reyes de Uxmal.

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El enano regresó a la cabaña de su abuela. Y no se sabe cómo fue, pero al día siguiente el enano, con la vieja y gran cortejo de gentes asombradas, caminaba, muy de mañana, por una amplia y blanca calzada hecha toda ella de piedra lisa y brillante, que unía Nohpat con Uxmal, para llegar a la presencia del rey, que lo estaba esperando muy espantado, tanto que no pudo dormir toda la noche.

Delante de todo el pueblo, el enano fue puesto en la picota y el ministro de la justicia rompió, uno a uno, todos los frutos de palma que estaban preparados, duros como pedernal, golpeándolos con su pesado martillo de piedra sobre la cabeza de aquél.

El enano no se movió, ni hizo otra cosa que sonreír.

Él sabía que su abuela le había puesto secretamente una plancha de cobre encantado, oculta bajo los cabellos. Por eso no sufrió nada. Cuando el viejo rey lo vio levantarse vivo y sano, se estremeció en toda su carne y pensó para sí: “Este es”.

Pero no cedió aún, porque el tener poderío sobre los hombres es cosa muy grata y que no fácilmente se abandona, y  así dijo al enano:

-Has pasado bien esta nueva prueba, pero no basta. Es preciso que no quede duda alguna. Permanece en Uxmal, duerme en mi casa y mañana continuaremos.

-Dormiré en Uxmal, pero no en tu casa, que no es digna de un rey como yo -repuso el enano-. Yo haré durante la noche un palacio para mí, y de él me verás salir mañana.

Al otro día, delante de la casita blanca del viejo rey, se vio todo deslumbrante el gran palacio de los reyes de Uxmal hecho en piedra pulida. Y era que estaba hecho antes, pero no se veía.

Por la soberbia puerta salió el enano y bajó la hermosa escalera, seguido de grande comitiva de vasallos, formada por hombres desconocidos. Dicen que eran los corcorvados de la sierra.

El viejo rey, todo turbado, tenía fiebre producida por el temor, pero dijo al enano:

-Debemos hacer la tercera prueba. Hagamos cada uno de nosotros una estatua a nuestra imagen y echémosla al fuego. Si el fuego la respeta, esa será la señal de que los dioses están con aquel cuya estatua se conserve.

-Está bien -dijo el enano-. Comienza tú.

Y comenzó el anciano monarca...

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