Palabras superficiales

Más allá de los lores y ladies de cada semana, internet ha creado escenarios intelectuales llenos de oportunidades para el crecimiento.

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Más allá de los lores y ladies de cada semana, internet ha creado escenarios intelectuales llenos de oportunidades para el crecimiento. Desde la información a la música, muchos aspectos de nuestra vida se han transformado de la mano de la web, aunque tristemente, a costa de adorables costumbres. 

Visitando una librería -porque los libros seguirán existiendo con todo y las bondades de la tinta digital-, encontramos una singularidad de nuestros tiempos digitales: las obras mejor vendidas o más populares no son sin Murakami, Muro, Fuentes, Roncagliolo, Roth o José Gabriel Vázquez, sino un montón de jóvenes “desconocidos” para muchos de nosotros, pero hartísimo populares en las redes sociales: Juan Pablo Jaramillo, Juana Martínez, Sebastián Villalobos, Germán Garmendia, Gabriel Montiel, Juanpa Zurita, El Rubius y demás “vloggers”, que están, chiste aparte, “triunfando, como siempre”. 

El que nos guste o no es una situación distinta del fenómeno que estos “escritores” representan, y que se encuentra mucho más cercano a una de las transformaciones clave que internet nos ha dejado: nuestra percepción de la lectura y la cultura, y aunque pareciera lo contrario, no estamos ante una realidad ese esencialmente negativa, sólo frente a un cambio de paradigma que necesitamos comprender para seguir “en línea” con el avance de la tecnología social. 

¿Cuántas veces no ha sacado del bolsillo su teléfono inteligente para ver la hora y al regresarlo, descubre que hizo otras cosas, menos consultar el reloj? Ese mismo escenario está sucediendo con millones de personas, en distintos contextos como una lectura interrumpida para consultar un dato en la red; una serie en Netflix pausada para corroborar un detalle histórico planteado; una conversación desatendida para ver qué hay en Facebook, y “un clásico” de la misma web: entrar a buscar información y concluir viendo videos de nuestro “youtuber” de preferencia. 

Esta serie de hechos curiosos se explican, en parte, porque ya no somos capaces de aplicar nuestra atención hacia una situación en particular. El acceso “ilimitado” a internet, y la “necesidad” de interactuar con el mundo a través de las redes sociales disemina nuestro enfoque en busca de conocer más (hecho positivo), pero a costa de la profundidad, transformando la experiencia en algo superficial (hecho negativo). Si no tuvimos la capacidad atención para el factor que motivó nuestra búsqueda de información en la red de redes, ¿qué nos asegura que al encontrar el dato, no saltaremos a otra página? Y eso, sin siquiera haber leído completa la primera fuente, sucesión que llegará hasta el punto de no haber captado a profundidad ni un solo dato, y por ende, quedarnos como estábamos, cansados de navegar en el infinito mar de hipervínculos. 

¿Cómo explica esto el “boom” de los libros “youtuberos”? Fácil: lo superficial de las obras. Su público cautivo, representado en los suscriptores de los canales, busca que la lectura sea tan rápida como ver un video, sin necesidad de estar “pegados” al libro por muchas horas, porque en un dos por tres lo terminan. Estos textos están redactados para atrapar personas que no tienen la capacidad de atención de hace apenas veinte años, cuando podíamos sentarnos a leer “Guerra y Paz” o “El Quijote”, sin sentir que pasamos demasiado tiempo haciendo sólo una cosa, y peor aún, fuera de línea. 

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