Pandillas de Cancún, un fenómeno complejo

Un estudio reciente analizado ya por organismos policiales revela la peligrosidad de las pandillas...

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Un estudio reciente analizado ya por organismos policiales revela la peligrosidad de las pandillas, algunas incorporadas por la fuerza a las mafias de la droga y otras en proceso de “admisión” por méritos. Son, en todo caso, más vulnerables que peligrosas.

El fenómeno de las pandillas en Cancún es polifacético, multicultural; una característica propia de esta ciudad cosmopolita. Sin embargo, hay un enfoque alarmante por su magnitud: niños de 8 años operan en muchas de los casi 140 grupos dedicados principalmente a delitos del fuero común, aun cuando cometen también de alto impacto. Con ese hecho, aunado al trabajo realizado para satisfacer a las mafias, se completa un cuadro escalofriante.

Se conoce que vía WhatsApp los pandilleros avisan a los “halcones” y jefes de plaza acerca de los movimientos de la Policía e incluso de bandas rivales en un perímetro cada más amplio para optimizar tiempo y recursos económicos. Se sabe que chicleros, vendedores de flores y otros ambulantes pasan información ya que recorren como nadie la ciudad y por tanto la conocen en detalle.

En fin, lo que sucede posteriormente es fácil deducir. Lo preocupante es que aún faltan políticas públicas para canalizar la energía y el tiempo de los jóvenes, lo que en algunos países denominan “administración del ocio”, cuya principal característica es integrar a grupos etarios similares en actividades afines durante el tiempo libre; o sea, que el estado proporcione espacios adecuados para el esparcimiento o la recreación en un ambiente sano y seguro.

El asunto es que, en Cancún, el problema empieza en la niñez y no en la adolescencia. En esta ciudad se desarrolla un fenómeno conocido como “niños llave”, relacionado con los menores que permanecen solos en casa porque sus padres trabajan extensas jornadas, cuestión común en polos turísticos. Con la llave en el cuello, los menores pueden entrar y salir del hogar cuando lo requieren, lo cual los expone a robos, abusos de todo tipo, adicciones y vandalismo. 

Son miles de niños de entre 6 y 12 años los que crecen en esa situación de abandono. Es, pues, en esa etapa cuando conocen el mundo pandilleril, el cual en apariencia les brinda amistades, seguridad y reconocimiento.

El conflicto sigue, porque lo que no se cubre en casa tampoco en la escuela. En las aulas saturadas, en ambiente hostil por lo del bullying y con profesores preocupados en su lucha, es difícil satisfacer las necesidades de quien está en pleno desarrollo.

Es aquí cuando se anhela la intervención de la autoridad mediante programas completos y eficaces como ocurre en ciertos países latinoamericanos con la “administración del ocio”, íntimamente relacionado con la prevención del delito y otras áreas de la seguridad pública.

En Cancún, y en Quintana Roo en general, no se cumple. Las herramientas y los recursos son manejados por personal medianamente capacitado y con ideas “bajadas” de la Federación o copiadas de otras entidades, aunque disfuncionales, pues el contexto sociocultural aquí es atípico por aquello del desarraigo.

Falta, por supuesto, integrar la “administración del ocio” en los programas que consideran como opción las charlas motivacionales, los talleres de manualidades, los concursos de grafiti o diversas actividades deportivas.

DESORBITADO…
Las más recientes ejecuciones en Quintana Roo no obedecen al reacomodo de fuerzas en los cárteles sino a la transición política por el cambio de administración en los 10 municipios. Los grupos criminales aprovechan el aparente “vacío de poder” para imponer sus condiciones. Con base en eso trabajan los organismos de seguridad.

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