Para el doctor Tomás

Yo no podía mover ni un dedo, pero mi deseo infantil por la pelota, la paciencia del doctor y su amorosa forma de estimularme a recuperar mi motricidad rindieron frutos en poco tiempo, no sólo pude mover la mano, también volví a caminar.

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Circula en las redes el video de un doctor sacudiendo y golpeando violentamente a un recién nacido. Me hace pensar en las negligencias médicas que han sufrido amigos, familia, yo misma. Cuando era niña me atropellaron, sufrí traumatismo craneoencefálico y estuve ingresada mucho tiempo, no presentaba mejoría y tenía paralizado medio cuerpo.

Mi mamá siempre se turnó con mi papá para no dejarme sola, en una de esas se dieron cuenta que me sacaban sangre 3 ó 4 veces al día, de diferentes partes del cuerpo, alguien les dijo que me sacaban sangre para ponérsela a un niño que estaba internado también.

Mi papá montó en cólera, me envolvió en una sábana y me sacó -moribunda- del hospital a pesar de las amenazas de doctores, seguridad y enfermeras.

Me llevaron con un médico particular, éste ponía una pelota de colores en mi mano y me decía que si la apretaba me la regalaba.

Yo no podía mover ni un dedo, pero mi deseo infantil por la pelota, la paciencia del doctor y su amorosa forma de estimularme a recuperar mi motricidad rindieron frutos en poco tiempo, no sólo pude mover la mano, también volví a caminar. 

Sé que mis padres me salvaron la vida al estar siempre conmigo en el hospital, nunca me dejaron sola. Siempre recomiendo eso a mis amigos; que haya alguien al lado del enfermo todo el tiempo.

Esta paranoia viene también de la muerte de una prima: la dejaron sola en el momento del cambio de enfermera, ésta no leyó que mi prima era alérgica a la penicilina, le puso dicho medicamento y mi prima murió.

Sé de otra amiga que estuvo un año en el hospital y las negligencias y torpezas de las enfermeras llegan a grados casi cómicos, incluso hemos hablado de hacer una parodia de todo aquello, un poco para sanar esos malos recuerdos, un poco para denunciar tantas y tantas impunidades que suceden en los hospitales y que después del demoledor estrés de tener un familiar grave, uno se da por bien servido de recuperarlo vivo. 

Me pregunto si los malos médicos siempre son impunes con su mala praxis. Pienso en el doctor Tomás, que con juegos me volvió a la vida. Quisiera que estas letras fueran un sencillo homenaje a su memoria.

Era un anciano cuando me atendió y para estos tiempos ya habrá muerto. Ojalá hubieran más médicos como él, que usaran su forma amorosa  para traer a niños al mundo, para regresarles el habla o hacerlos caminar. Porque el cariño, las palabras amorosas, la compañía, también son otra forma de curar y sanar las viejas heridas donde las jeringas y el bisturí han dejado cicatrices en el cuerpo.

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