Paulina

Los ríos se desbordan, la gente pierde sus casas, muertos, inundaciones, todo se paraliza. La naturaleza nos secuestra con su furia indetenible.

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Gracias al Ayuntamiento de Acapulco, estoy en el puerto trabajando en la creación de la compañía municipal de teatro. Escribí una obra sobre el huracán Paulina, que azotó al puerto hace 16 años y aún cala en la memoria de sus sobrevivientes. Súbitamente detenemos los ensayos por la entrada de la tormenta “Manuel”. Los ríos se desbordan, la gente pierde sus casas, muertos, inundaciones, todo se paraliza. La naturaleza nos secuestra con su furia indetenible. Pienso en los testimonios sobre Paulina: 

“Bajé los pies de la cama y sentí el agua en el piso, pensé que había llovido y dejé abierta la ventana, fui a cerrarla y ví a los muertos en las banquetas…Aquí todo fue de noche y eso fue lo triste, mucha gente se quedó dormida para siempre. En la mañana intenté ir a trabajar, llegué a la avenida Cuauhtémoc y vi que estaban acomodando los cuerpos de los muertos, no pude más, me senté a llorar…Mi hija estaba recién nacida, salí corriendo con la niña en brazos, ella bien dormida y el agua cayéndole encima. Vimos los cuerpos en la playa: era el fin del mundo. Mis compadres hicieron su casa de piedras, pos parece que a propósito les llovió todo el día en su casita hasta que se desbarató. Quedaron muchos cuerpos en la playa, ahí se veían flotando: personas, animales…Hacíamos colas como de aquí al otro lado de la montaña para recibir 2 botellas de agua chiquitas, nos marcaban el dedo gordo. Lo hice porque tenía sed, había mucha necesidad y no había de dónde. Pusieron una lona azul y ahí estaban los muertos. 

Había una mamá con su bebé así abrazadito, muertos los dos, parecía que estaban dormidos. ¿Cómo el agua  arrancó piedras, autos, casas, pero no le arrancó al bebé de los brazos? Estuvimos sin tomar agua tres días”.

Cancelamos ensayos y fuimos a armar despensas con la gente de cultura, aún en la desgracia, reinaba un ambiente de solidaridad y esperanza. Armaron brigadas para llevar teatro a los niños y aligerar la tensión en los albergues.  El teatro tiene esa virtud, se sobrepone a la tormenta, se ensaya bajo el agua o el sol más candente, toma las ramas de los árboles caídos para hacer su escenografía, nos recuerda el poder de la naturaleza y nos regala la posibilidad de seguir creando con un huracán a cuestas. 

Gracias a Gabriel Brito y al alcalde Luis Walton, la experiencia es completa: puedo decir que he hecho teatro en medio de una tormenta mortal. Con el agua hasta el cuello y el corazón emocionado, nos preparamos para estrenar la obra. Espero compartirla con el público yucateco, pues nos hermana el dolor de haber vivido la furia destructiva de la naturaleza. 

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