Paz y armas

El problema del tráfico de drogas en nuestros países está firmemente conectado con la venta de armas.

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Desde las más antiguas noches de los tiempos se ha justificado la posesión de armas como la única manera de asegurar la propia vida. Es una variante del “ojo por ojo” que la civilización contemporánea, cuidadosa de las formas políticamente correctas, ha convertido en “defensa propia”. No en todos los países el acceso a las armas está legislado de la misma manera (para los Estados Unidos, por ejemplo, es una especie de dogma fundacional), pero sí los asesinos de todos los países tienen acceso relativamente fácil a ellas mientras que los ciudadanos pacíficos no tenemos defensa propia, sólo tenemos la bien o mal otorgada por el Estado. Este modelo, a mí, me parece el más civilizado, porque no me veo rechazando a los malos con un AK-47.

No sé si haya estado desarmado Abel cuando Caín se le acercó por la espalda para propinarle el histórico golpe mortal en plena nuca, pero es muy posible que, si Abel hubiera tenido un buen cuchillo, no se hubiera distraído tanto en eso de alabar a Dios y se hubiera cubierto mejor la retaguardia, la historia sagrada sería distinta.

Y esto seguramente lo podría haber argumentado la joven y guapa señora Jamie Gilt, defensora de la Asociación Nacional del Rifle, si no fuera porque su hijito de cuatro años le sorrajó inocentemente un balazo en plena nuca, mientras manejaba, en Miami, el 10 de marzo. Parece que la señora va a curarse y ya conoceremos su opinión.

Aunque a los miembros de la Asociación Nacional del Rifle les tenga sin cuidado lo que yo piense, mi opinión es que, aun cuando la defensa propia sea un derecho, el armamentismo no protege: es un negocio y es un negocio criminal.

En estos momentos, lo más terrible del dolor que se produce en el mundo es causado por el negocio de las armas, del cual se benefician industriales, gobiernos y tratantes. 

El problema del tráfico de drogas en nuestros países está firmemente imbricado con la venta de armas. Es el peligro a perseguir, en lugar de una guerra contra las drogas que conlleva el tráfico de armas.

La guerra en Medio Oriente, con todos sus refugiados en el Mediterráneo y con todo el terrorismo que habrá de sufrirse, no es más que el negocio de fabricantes de armas que, además, con toda desfachatez, se dicen víctimas. Caín, al menos, no fue un hipócrita al responder a Yavéh por su hermano asesinado.

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