Penchyna, el Layún de la reforma energética

Al abrir la puerta a los inversionistas extranjeros con el fin de que se despachen con la cuchara grande, lo que esperan es que todos hablemos inglés fluido para atender como se deben las gasolineras.

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Me conmovió sobremanera —como cuando en Ustedes los ricos Chachita afirma que ya tendrá una tumba donde llorar— ver la manera tan efusiva en la que se hermanaron David Penchyna, el Nini héroe de la reforma energética del tricolor, y el otro Nini héroe del proletariado sin cabeza, el panista Javier Lozano, siempre tan recordado por vía materna por los trabajadores de Mexicana de Aviación.

Me gusta verlos pintarse de sol y grana, bajo el cielo azul volar, temblar súbitamente y abrazarse con la tranquilidad de haber cumplido la misión, en la celebración necesaria del aumento al IVA.

Además, es la maravilla de dos partidos unidos por un solo objetivo, más allá de ideologías y aguinaldos, que en un esfuerzo conjunto dejaron de lado rencores y desavenencias y unir sus fuerzas para sacar a Pemex del ostracismo patriotero y entregarla a los tiburones hambrientos del libre mercado. Algo así como dejar encargada a tu núbil y quinceañera hija en un congal de Ciudad Juárez para tomar clases de superación personal.

Pero ahí estaban ambos, fundidos como Layún y Peralta después de un gol frente a Nueva Zelanda. Haciendo un paréntesis panbolero, sí tranquiliza que en esta final, que se veía más dudosa que los dictámenes del IFE, el dueño del León pueda comprar tanto o más caro el kilo de árbitro que el América.

Digo, no podríamos tener tanta vocación para el Apocalipsis como para que el mismo año de las reformas peñistas, de la conversión de Penchyna en el papaloy de la renta petrolera, que las Águilas consigan el bicampeonato.

Algo tan incomprensible como la ingratitud con la que nuestros compatriotas trataron al Ejecutivo en una encuesta GEA-ISA, pues 50% lo ha reprobado a pesar de sus esfuerzos por convertir metafóricamente a Ojinaga en Okinawa, a través de arrancar mitologías patrioteras por las vías del fast track legislativo.

Digo, si bien son comprensibles las dudas sobre el incierto destino de Pemex, también hay que entender que lo que el gobierno quiere es que los mexicanos sean alguien. Al abrir la puerta a los inversionistas extranjeros con el fin de que se despachen con la cuchara grande, lo que esperan es que todos hablemos inglés fluido para atender como se deben las gasolineras.  Cuando desperté, Penchyna y Lozano seguían abrazados. 

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