Pensando en nuestro futuro

Somos nosotros mismos quienes estamos calentando el agua, quienes nos estamos autococinando.

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Nuestro futuro es preocupante; el caso de la rana en el experimento llevado a cabo por un grupo de estudiantes es un ejemplo que ilustra el proceso al que sin darnos cuenta nos enfrentamos. 

Ante la necesidad de tener el cadáver de una rana en el laboratorio de biología, los estudiantes, después de atrapar una en el jardín, la dejaron caer sobre un recipiente con agua hirviendo, un medio ambiente que le era claramente hostil, y el animal de un salto se salió y trató de escapar; sin embargo, los estudiantes la capturaron nuevamente, la pusieron en una olla con agua a temperatura ambiente y comenzaron a calentarla lentamente sobre la estufa; la rana nadaba tranquila, adaptándose a los cambios de la temperatura del agua, hasta que finalmente murió cocida.

La diferencia es que en el caso de la humanidad somos nosotros mismos quienes estamos calentando el agua, quienes nos estamos autococinando, en un proceso en el que no queremos darnos cuenta de los cambios negativos que estamos generando, ignorando el progresivo deterioro de nuestro entorno.

Es tanto lo que incide en este proceso que es urgente convencernos de que todos  debemos ser agentes de un proceso de cambio que permita revertir los daños que producimos al medio ambiente. 

Por ejemplo, la expansiva urbanización de baja densidad habitacional, pero elevadísima densidad de impermeabilización del suelo, modifica de manera radical los patrones de infiltración del agua de lluvia, genera preocupantes islas de calor, en espacios de los que eliminamos casi la totalidad de la vegetación, produciendo microclimas con temperaturas varios grados más altas que en otras regiones de la ciudad.

Por otra parte, la eliminación de árboles en la ciudad, incluso en espacios como el Paseo de Montejo, con el pretexto de que se pueda admirar algunos edificios, así como en otras avenidas y en los otrora verdes centros de manzana de nuestro Centro Histórico, es un proceso que, complementariamente a lo que ocurre en los nuevos desarrollos, eleva la temperatura en la ciudad histórica, además del factor que más nos debe preocupar, que es el uso excesivo del automóvil, que con sus emisiones deteriora de manera preocupante la calidad del aire que respiramos.

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