Perdemos en el reparto de culpas

Los adultos deberíamos tener mucho más miedo de nosotros mismos que de los adolescentes. Si ponemos en una balanza las barbaridades y desatinos de ambos.

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Me tocó escuchar en una reunión la consabida cantaleta, entonada en diferentes matices por un grupo de adultos, que opinando con firmeza referían las conductas indeseables de los jóvenes, condenando vehementes la pérdida de valores, el poco o nulo respeto que muestran ante las instituciones, el rumbo hacia el abismo, y su temor del futuro del mundo en tales manos. 

En cierto modo me pareció justa la apreciación. Coincido en las virtudes y educación que deben acompañar a la juventud en su trato con el entorno, las personas mayores y la responsabilidad de crecer armónicamente con su medio ambiente

Lo molesto de los comentarios es la socorrida autosuficiencia y desparpajo con la que se expresan estas voces, autorizadas por quien sabe quién, cuando hablan de “los jóvenes”, en lugar de decir, “muchos o algunos”. ¿Será que en su miopía piensan que “todos son iguales”? Se sabe que la adolescencia está sujeta a altibajos y  experimentación y por ende es deseable una perspectiva amplia de los mayores para ser modelos virtuosos a seguir.

Porque por más barbaridades que hagan los jóvenes, entre otras muchas cosas, no producen ni venden armas nucleares, alcohol o estupefacientes. No comandan ejércitos genocidas, ni policías torturadoras. Tampoco son políticos corruptos ni dueños de corporaciones que asesinan el medio ambiente o se apropian de la genética humana. No son pederastas, secuestradores ni dueños de casinos, religiosos trastocados, manipuladores de los medios de comunicación ni centrales de inteligencia, etc.

Los adultos deberíamos tener mucho más miedo de nosotros mismos que de los adolescentes. Si ponemos en una balanza las barbaridades y desatinos de ambos, el plato de la adultez queda en el fondo, merced a la pesada carga.

Habrá que vernos frente al espejo. No desviar la mirada y entender que los jóvenes tienen como muestra las actitudes de los “maduros” y aunque no sea para tanto aquello de “quién éste libre de culpa…” será saludable empezar por nosotros mismos, enderezar conductas, reflexionar libremente y hacer ajustes en nuestro propio ser para dar mejores ejemplos

Canta Fernando Delgadillo: “Porque la historia que hacemos se escribe a diario y qué dirán venideros; cuando hagan un juicio claro y nos señalen como lo malo de ellos”. 

Vaya biem.

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