Pero voy a misa

Porrúa publicó Lo religioso en el refranero mexicano, una obra de Don José E. Iturriaga, decano de los historiadores mexicanos, filósofo y autor de obras fundamentales.

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Don José E. Iturriaga, decano de los historiadores mexicanos, filósofo y autor de obras fundamentales, este año hubiera cumplido oficialmente cien, pero él mismo nos informa que su nacimiento consignado en 1914 fue un error en su primer pasaporte diplomático “que sentí que no tenía una función constructiva ajustar” y que en realidad había nacido en  1912. 

Como una joya en este centenario fluctuante, Porrúa  publicó Lo religioso en el refranero mexicano o como decía mi abuelita, amena y extensa exposición de refranes, dicharachos y abuelologismos –como llama felizmente el autor a esta sabiduría popular a medio camino entre el cielo y el infierno-, que es, al decir de José Rogelio Álvarez, “un encuentro literario con el pueblo, autor anónimo de este evangelio chiquito, interpretado y recreado por un distinguido hermeneuta” y aportación esencial a aquel plan “En busca del alma nacional” que propusiera Alfonso Reyes en el prólogo de la Tierra del Faisán y del Venado, como refiere Don Andrés Henestrosa.

El texto viene de una larga charla dictada en 1976 y se acompaña de notas profusas con tono sabroso y aleccionador.

En vez de una clasificación erudita, leemos relatos y viñetas enhiladas por los personajes y sus tormentos y cruzamos con ellos el despeñadero del pecado y la salvación.

Con advertencias y amonestaciones, desfilan el pobre y el egoísta, el tontejo y el vivillo y los novios ardorosos; se ventilan habladurías y reconvenciones con la viuda apetitosa, el adolescente tormentoso y el marido agachón o el atenido; y se estrujan virtudes con la bisbirinda rezandera y el abstemio hipocritón, asumiendo que  debe uno cuidarse de los buenos, porque “los malos yo te los señalaré”, cumplido en el dicho: “De los que te haz de librar, Dios te los ha de marcar”.

La mujer, en nuestra sabiduría, va del pecado a la salvación: “El hombre es fuego y la mujer estopa; viene el diablo y sopla”; la bella rodeada de galanes impone su dictadura: “Es una cruz a la que no le falta su nazareno”; y, por el contrario, la malencarada, “Mujer con cara de fo, que nunca tuvo quince años”, es como “Un acto de contrición, ni peca ni da tentación” pero siempre podrá redimirse, porque

“Antes que se lo coman los gusanos, que se lo coman los cristianos”. Nótese el enigmático fo, tan usado hasta fechas recientes por los yucatecos y amenazado por el no menos sonoro, pero sí más cursi, fuchi. 

Y una muestra más, la despedida de un dicharachero Iturriaga inquieto por la reacción de la audiencia a su “monserga”, que remata con esa “añosa palabra cuya circulación conviene propiciar para no enmohecerla” y algunos latinajos de su abuelita: “lo diré ipso facto y motu proprio. Verbi gratia incurrí en lapsus brutus, no en pecata minuta. Más todavía lo diré urbi et orbi y claris verbis, antes de que entre yo in artículo mortis: “Soy pendejo pero voy a misa”.

Claro, antes fuimos advertidos de que el lenguaje blasfematorio hay que emplearlo con oportunidad y tacañería. ¡Válgame dios!

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