Por unos ojos cafés

“Me aguanto, pero no se me olvida”, se juró a sí misma tratando de ocultar los chuchulucos.

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Por fin la insistencia de Romario y el trabajo tenaz orquestado por su próxima suegra, Doña Rabona, le dieron el premio deseado. Anajuana no estaba convencida de las aproximaciones del pretensor. “Mejor amigos”,  pensaba sin prisa, argumentando discrepancias, dando tiempo al tiempo; alargando espacios.  

Y aunque resistió un cúmulo de reproches, finalmente las súplicas de su madre hicieron virar su barca hacia costas del casorio. Y sin más concesiones ni acuerdos anclados en amor, otorgó el sí,  para casarse con aquel hombre un sábado en la noche, iniciando su matrimonio.

Sin embargo, una vez transcurridos  los meses de “sombra” para estudiar e identificar el estilo de su contraparte, llegó el fatídico día cuando Romario, bien mamado, después de pasar la noche con sus amigos, abusó violentamente de Anajuana. Momento terrible que desquició la buena costumbre  y sana distancia que debe privar entre conyuges. 

“Me aguanto, pero no se me olvida”, se juró a sí misma tratando de ocultar los chuchulucos y no evidenciar el maltrato. El fulano persistió en humillarla con otros agravios. Ella, en su desazón, hizo conciencia un viernes a mediodía de que su matrimonio era ya un verdadero “mártirmonio”, donde interpretaba el papel de víctima. 

Al tiempo que los excesos ejercían la aterradora realidad del abusador, la pasividad de Anajuana intentaba atenuar esa pesada losa, hasta aquel jueves de mañana, cuando formada por las tortillas se encontró con un par de ojos color café, ineludibles. 

Vaciló un par de veces y desvió el rostro, pero en la tercera intersección visual mantuvo el contacto. La calidez del individuo observador se antojaba mayor que la emitida por la maquinaria que alegre paría láminas de masa nixtamalizada. 

Y así supo ella que la vida compensa. Andreano, el de los luceros cafés, curó heridas y atenuó su tristeza con arrumacos y atenciones. Bastaron dos breves encuentros para hacerse amantes. La mujer, antes inmolada, ejercía ahora el derecho a ser feliz, disfrutando su venganza que implicaba transitar del odiado  mártirmonio a una relación “matrinomial”. -Dos contra uno -se dijo. 

Así hasta el momento de escapar un miércoles de madrugada del verdugo y establecer un destino promisorio con Andreano, con quien ni de broma volvió a tocar el tema matrimonio. Vaya biem.

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