Primeras letras

El drama recrudeció mi cristianismo y mi ánimo contra los yanquis racistas.

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Concluye la Feria Internacional de la Lectura con una afluencia de 100,000 personas, entre ellas jóvenes y niños que probablemente adquirieron un libro de los de “puras letritas”, como decíamos antes, primeros libros perdurables porque se deja atrás la simple habilidad lectora para emprender el vuelo de la imaginación. Bien lo dijo en 1739 Pérez Estébanez en El sí y el no. Arte de bien leer: “No admite duda, según razón natural, ser la columna más preciosa del entendimiento del hombre las humanas y divinas letras”.

Los libros son como arrecifes. Con el tiempo, van formando por afinidad y curiosidad un organismo más extenso de lecturas y recuerdos.

En mi caso, mis primeros libros de “puras letritas” fueron tomistas: La cabaña del tío Tom y Las aventuras de Tom Sawyer. Hoy, el centro de estos libros entrelazados es nada menos que Abraham Lincoln, de moda por la película de Spielberg y otra insólita en la que es un cazador de vampiros esclavistas.

Ahora sé que la autora del primero, Harriet Beecher Stowe, que era de baja estatura, durante la guerra de secesión fue recibida por Lincoln con estas palabras: “¡Así que tú eres la pequeña mujer que escribió el libro que inició esta gran guerra!”. El drama recrudeció mi cristianismo y mi ánimo contra los yanquis racistas que por entonces eran combatidos pacíficamente por Martín Luther King, cuando los niños mexicanos nos sentíamos orgullosos de que en México, desde tiempos del cura Hidalgo, estaba prohibida la esclavitud y bastaba que un esclavo pisara territorio nacional para ser libre.

Claro que nuestro patriotismo poco se percataba del  trato a nuestros indígenas. También supe que la africana Liberia fue comprada por la Sociedad Americana de Colonización para enviar a los afroamericanos liberados de regreso, historia que me hizo alucinar en Progreso viendo los grandes buques liberianos cargando nuestro henequén y no afromexicanos.

Del lángara Tom Sawyer, hoy sé que su autor, Samuel Clemens, creció en el Misisipí en el seno de una familia con esclavos, que es autobiográfico y que el pseudónimo de Mark Twain quiere decir “marca dos”, por el grito que desde las embarcaciones anunciaban que se tenían las dos brazas de profundidad mínima para navegar. Alistado como confederado, Twain desertó y huyó a Nevada, convirtiéndose en periodista crítico y escritor.

La edad Dorada, su primera novela, sirve para denominar la época de corrupción que siguió a la guerra civil, marcada por la codicia, la conquista del oeste  y la corrupción política. Todos los países han tenido sus épocas doradas, pero en México, país de la plata, son épocas platerescas a las que  sobrevivimos sin haber reconquistado el oeste ni unido al país con ferrocarriles.

También alucina que mientras yanquis y confederados se despedazaban, Juárez esperaba pacientemente el desenlace para lanzarse contra el imperio de Maximiliano. Saber de estos y otros enredos maravillosos se lo debo a esos dos  libritos inolvidables.

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