¿Qué te aqueja madre?
Llego a mis manos, la oración del niño discapacitado.. Por su emotivo contenido y su ternura infinita me permito compartirla.
Cuando el niño deja de creer en sí mismo es cuando empieza a peder su confianza. ¿Por qué? Porque percibe en los adultos una señal muy clara: “No eres perfecto”, seguida de otra: “Si quieres serlo, debes de hacer lo que yo te diga”. Por ejemplo, si llora, tratamos de hacerle callar; si se mueve demasiado, le decimos que se esté quieto; si se mancha, hay que limpiarle...Y como somos importantes para él termina por acomodarse, se apaga emocionalmente y olvida lo que realmente necesita.
Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor, y mucho de ángel, por la incansable solicitud de sus cuidados. Una mujer que siendo joven tiene reflexiones de una anciana, y en la vejez trabaja con el vigor de la juventud; una mujer que si es ignorante, descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio, y si es instruida, se acomoda a la simplicidad de los niños. Una mujer que siendo pobre, se satisface con la felicidad de los que ama, y siendo rica, daría con gusto su tesoro por no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud.
El próximo martes... ¡es 10 de mayo!. Y bueno es reflexionar “algo” sobre nuestras queridas madres, las presentes y las ausentes. Porque mientras vive no la sabemos estimar, porque a su lado todos los dolores se olvidan, pero después de muerta, daríamos todo lo que tenemos por mirarla de nuevo un solo instante, por recibir de ella un solo abrazo, por escuchar un solo acento de sus labios.
Llego a mis manos, la oración del niño discapacitado.. Por su emotivo contenido y su ternura infinita me permito compartirla, se titula: ¿Qué te aqueja madre?.
“¿Sabes?, yo soy una voluntad fuerte, en un cuerpo diferente, me gusta tanto acompañarte; a mi no me entristece, como a ti, mi camino, simplemente dejo que la vida sea como es, y yo soy con ella. A mi madre me dueles tú, me gusta acompañarte, Dios no me regaló un cuerpo sano como el tuyo, a cambio madre, me dejó descubrir pronto mi misión y es tan hermosa madre, yo vine acompañarte.
Cuando tu fatigada caes de cansancio, casi rota, quebrantada, desvelada y te sientas a llorar, ¡hay mamacita! Cómo me gusta que lo hagas a mi lado, que daría yo por poder ayudarte y aligerar un poco tu trabajo, yo no puedo hacerlo, al menos no como tu necesitas. Madre tu eres la fuerza física que yo no tengo, tu eres la hermosa flor por la que conozco al mundo, y yo soy la voluntad y la fuerza que a tu alma alienta, yo soy un anhelo de Dios, un suspiro, un amor, ¡Yo soy una caricia de Dios para ti!.
Cuando caes llorando y dices “ya no puedo más”, no sé por dónde caminar y me ves, y me vez, me besas y me acaricias, para después mirar al cielo y saber por donde seguirás. Me estremezco y sonrío pues comprendes pronto que sólo estás cansada.
Dios te regaló conmigo a un ángel, que ni tu ni yo sabremos por cuanto tiempo estaremos juntos, el que sea, yo quiero acompañarte, yo soy un lucero de tu voluntad constante para seguir, madre, siempre adelante. Te quiero mamá, tu hijo Ignacio”.