¿Quién te enseñó a odiar?

Hace unas semanas, Jane Elliot, educadora y especialista en los efectos del racismo y la discriminación en los niños...

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Hace unas semanas, Jane Elliot, educadora y especialista en los efectos del racismo y la discriminación en los niños, planteaba en una entrevista en televisión en Estados Unidos una cuestión elemental: ¿Por qué odiamos? Y su respuesta fue contundente e indiscutible: Porque aprendemos a odiar. Porque nos enseñan a odiar. Y ese odio lleva a unos a sentirse superiores a otros. “No hay un gen del odio. No hay un gen de la discriminación. Y todo lo que se puede aprender se puede desaprender”. 

Es un hecho que nadie nace odiando. Es una conducta que aprendemos, en el hogar, en la escuela, en los medios masivos. Y el problema es que es justo este rechazo al que es diferente, la razón de guerras, crímenes, e injusticias sociales. Nazis contra judíos, estadounidenses contra latinos, heterosexuales contra gays.  Desde Trump y su discurso de odio, hasta las marchas contra el matrimonio igualitario, todo es exactamente lo mismo: Prejuicio. Rechazo. Miedo. Ignorancia.

La marcha contra la igualdad

Una imagen de una de las marchas dejó en claro lo que ya muchos sabíamos. Una mujer que se manifestaba contra el derecho al matrimonio de las personas homosexuales llevaba un cartel que decía “No a la equidad de género en la Constitución”. Una prueba del gran desconocimiento que existe en realidad, y que es la razón de los prejuicios.  

Los que marcharon el sábado contra dicha ley, no se dan cuenta que en realidad se están manifestando contra los derechos de sus amigos, sus vecinos, sus familiares, sus compañeros de trabajo, sus hijos. Porque  la comunidad gay es parte de nuestra comunidad. Y si se dieran la oportunidad de aceptar esta realidad, y de conocer a las personas con otras preferencias, verían que sus miedos y prejuicios están basados en la mera ignorancia, en el desconocimiento. Verían que todos somos iguales: humanos.

Entenderían la importancia de defender los derechos de todos, como sociedad, para realmente progresar. 

El enfoque tradicionalista basado en conceptos planteados hace siglos no es realista ni práctico, simplemente porque la sociedad es un ente vivo, y sus legislaciones tienen que evolucionar a la par que los individuos que la conforman. Las familias de hoy vienen en todas formas y componentes, desde parejas del mismo sexo, hasta madres solteras, o parejas heterosexuales que no tienen ni tendrán  hijos. Y negar esta realidad no solo es miope, sino dañino.

Todos somos parte de la misma sociedad, y sería mejor que aprendamos a dejar de rechazar lo diferente, y entendamos que un enfoque de la vida con apertura de mente, con tolerancia y respeto, es más feliz y placentero en lo personal, y para la comunidad.

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