Recuento histórico del asalto al Palacio Municipal

El Palacio Municipal de Cancún ya tiene la historia que muchas otras sedes de los ayuntamientos en el país no quisieran registrar...

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El Palacio Municipal de Cancún ya tiene la historia que muchas otras sedes de los ayuntamientos en el país no quisieran registrar; la del vandalismo, la represión y el azuzamiento político; pero no es de ahora, se pierde en el tiempo y se remonta más allá de los hechos sucedidos el pasado 14 de octubre cuando un grupo numeroso de maestros fue desalojado violentamente de las instalaciones oficiales tras intentar entablar el diálogo con las autoridades municipales recién estrenadas en sus encargos.

A principios de la década de los años ochenta (del siglo pasado) un grupo de trabajadores disidentes del sindicato de taxistas “Andrés Quintana Roo” intentó sin éxito constituir una nueva agrupación sindical y cuando decidieron poner en funcionamiento sus primeras unidades dedicadas al servicio público (alrededor de seis vehículos), protegidos por un amparo federal al no contar con la anuencia oficial del gobierno de Jesús Martínez Ross, fueron recibidos a batazos y pedradas por los vándalos del sindicato reconocido; armándose un zafarrancho de proporciones mayúsculas en la entrada del bulevar Kukulcán.

Los promotores de la nueva organización sindical y los dueños de los vehículos que fueron aporreados, apedreados y luego incendiados se dirigieron a Palacio Municipal, pero ahí la fuerza pública no les permitió ingresar. Sobra decir que los culpables de esos hechos delictivos nunca fueron sancionados y el intento de constituir un nuevo sindicato de taxistas en Cancún, quedó sólo en eso, hasta el día de hoy.

En 1981, la sede del Ayuntamiento local fue escenario de una gran concentración de estudiantes que habían salido de la Escuela Secundaria Técnica número 11 para marchar por la avenida Tulum, exigiendo el cumplimiento de un acuerdo de descuento del 50 por ciento al que se había comprometido la empresa Transtur, antecedente de Turicún, sin cumplirlo. En el trayecto, camioneros inconscientes dirigieron los vehículos hacia los manifestantes en un intento equivocado por despejar la vialidad, provocando la ira de los jóvenes quienes la emprendieron a pedradas contra las unidades.

Los encolerizados estudiantes, encabezados por el autor de esta columna, llegaron decididos a tomar el Palacio Municipal si sus demandas no eran escuchadas, pero ante  las proporciones del evento (algo que no había sucedido nunca en una ciudad donde no pasaba casi nada extraordinario) fuimos de inmediato atendidos por el secretario del Ayuntamiento, quien había recibido instrucciones directas del alcalde Felipe Amaro Santana de atender y resolver ese mismo día el problema. Se mandó llamar enseguida a los socios directivos de Transtur y después de una acalorada reunión de dos horas, éstos anunciaron que al día siguiente harían válido el descuento estudiantil en el transporte urbano.

Luego vinieron algunos otros actos multitudinarios en los que el objetivo de la protesta se centró en el Palacio Municipal, que quizá ahora podríamos catalogar de “lights” o mejor dicho ligeros; pero que en su momento fueron noticia de primera plana.  En 1985 un grupo de airadas mujeres trabajadoras del propio gobierno municipal se manifestaron ante el alcalde Joaquín González Castro, a quien pidieron su apoyo para intervenir en un penoso incidente donde un funcionario público se vio envuelto en un “lío de faldas” con su secretaria, a quien despidió injustificadamente.  La oportuna y acertada intervención del edil de origen veracruzano evitó que el conflicto culminara en una protesta femenil-laboral de brazos cruzados como lo pretendían las féminas. 

Con Carlos Cardín como alcalde, a mediados de los años noventa, se vivió una protesta considerada inusual hasta nuestros días por el tipo de personas que amenazaron con plantarse en Palacio Municipal si la autoridad no daba marcha atrás en su polémica decisión de “privatizar” el estacionamiento de Plaza Galerías, en la céntrica Supermanzana 2.  Las casetas de cobro, inclusive, ya habían sido construidas. Los manifestantes eran todos personajes de clase media alta, muchos de los cuales habían sido de los primeros pobladores de Cancún, es decir profesionistas, comerciantes y empresarios que argumentaban que la privatización del estacionamiento les causaría una afectación directa. Sobra decir que Cardín no quiso enemistarse con los pioneros de la ciudad y tras ser escuchados en Palacio, se ordenó la demolición inmediata de las oprobiosas casetas de cobro, algo que debiera servirnos de ejemplo a imitar…

Pero con los años la intrincada red del tejido social de la ciudad fue también haciendo más compleja la madeja política y las cosas se empezaron a poner al rojo vivo al empezar el mandato de la primera alcaldesa de Cancún, la maestra Magaly Achach de Ayuso, quien se dice llegó al cargo tras una negociación-reconciliación con Mario Villanueva Madrid, aunque éste tras bambalinas alentó, preparó y financió al candidato del PT, Miguel Rivas Usatorres, para evitar que la  lideresa del Frente Único de Colonos ganara las elecciones de 1999. No obstante, Magaly obtuvo el triunfo electoral y Villanueva abandonó el cargo de gobernador días antes de concluirlo, salió huyendo sin dejar rastro hasta su posterior detención en el ejido de Alfredo V. Bonfil, tres años después.

Pero el nuevo gobernador Joaquín Hendricks no estuvo de acuerdo en que una mujer ajena a su grupo político dirigiera los destinos del municipio económicamente más importante del estado. El resultado fue una violenta protesta de policías municipales que supuestamente exigían aumento salarial, encabezados por el teniente coronel de  caballería Humberto Barrera Ponce, quien “bajo el agua” alentó una sorpresiva e inusitada toma del Palacio Municipal, en la que una veintena de elementos policíacos logró llegar hasta las puertas de la Oficina de la Presidencia, rompiendo vidrios y pateando las puertas del recinto donde se encontraba la alcaldesa acompañada de sus colaboradores más cercanos. Afuera, en la explanada, más de 200 policías gritaban consignas y majaderías en contra de Achach de Ayuso.

La habilidad de la alcaldesa y  la demostración de una oportuna intervención telefónica que vinculaba al propio director de Seguridad Pública (cercano al gobernador) como instigador de la revuelta, provocó que Hendricks diera marcha atrás con su intención de crear caos e inestabilidad política para –probablemente- obligar la renuncia de una presidenta municipal que no le permitiría ejercer a plenitud el poder en Benito Juárez.

Pero para la mala fortuna de Joaquín Hendricks Díaz, al siguiente trienio tampoco podría cumplir con su sueño de manipular a cabalidad los hilos del municipio considerado “la joya de la corona”, pues el PRI perdería la alcaldía. 

Juan Ignacio García Zalvidea, “El Chacho”, no tuvo respiro durante su truncado trienio, pero se sobrepuso a todas las arremetidas del gobernador, hasta que fue detenido por encabezar plantones y “disturbios” que tenían como único fin retornar al poder tras ser despojado del cargo ilegalmente por el Congreso del Estado. 

A mediados del 2004, el Palacio Municipal vivió uno de sus momentos más dramáticos con la toma de los priístas, quienes prendieron fuego en la entrada y enardecidos se dirigieron a la casa del Chacho, en Residencial Campestre, para apedrearle las puertas y ventanas. 

El Palacio Municipal, sin duda alguna, ha vivido días oscuros de confusión y perversidad política; pero nadie sabe hasta dónde la sede histórica del poder local que fue terminada de construir en 1975, podrá soportar los embates no del hombre, sino de la intolerancia, la impericia y la imprudencia que son como cuchillos afilados que amenazan con degollar la democracia y las libertades ciudadanas. A eso hay que temerle.

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