Reformas consumadas

Cuando se arguyó el sagrado principio de que en una democracia las mayorías deciden, habría que preguntarse a cuál mayoría se referían.

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Termina el año y también el periodo reformador con que el actual gobierno pretende mejorar las condiciones de vida de los mexicanos, o cuando menos conservar las de los privilegiados que representan a la elite política de nuestro  país, porque si alguien estuvo ausente  o cuando menos ignorado de este afán reformador  fue precisamente la sociedad civil mexicana, el supuesto beneficiario de las reformas. 

Cuando se arguyó el sagrado principio de que en una democracia las mayorías deciden, habría que preguntarse a cuál mayoría se referían, porque en la reforma energética los legisladores se negaron a estrenar la esperanzadora consulta  popular, para dirimir aspectos trascendentales para el futuro de la nación, pues ningún partido ni coalición representa al 51% de los ciudadanos de México; ésta era una espléndida oportunidad para probar la madurez política de la sociedad, pero la inmadurez o soberbia de nuestros políticos lo impidió.  

Los legisladores, que son los que darán la cara a la historia, sólo representan los intereses de sus partidos y éstos, a su vez, el de los poderes fácticos de este país y esta complicidad ha entorpecido el avance democrático, económico y judicial de México, como lo hicieron la jerarquía eclesiástica  y los conservadores al inicio del México independiente, para conservar sus privilegios y fueros, sin importarles que toda una nación sufriera los estragos de sus insaciables apetitos.  

La enorme riqueza natural que posee nuestro país es también la causa de su desventura: “El niño dios te escrituró un establo y los veneros del petróleo el diablo”, poesía y profecía; al gobierno, independientemente de su color siempre le ha parecido  mejor negocio vender las materias primas, aunque procesándolas se obtuviera un mayor valor agregado, más y mejores empleos.

Esta riqueza ha servido para cubrir los gastos del país, los urgentes, y la arraigada e inagotable corrupción y todavía tenemos para dar y repartir. Por eso el país no necesita trabajar honesta y organizadamente, porque eso significaría transparencia y rendición de cuentas y ningún político en su “sano juicio” lo aceptaría, es mejor reformar todo para continuar igual o peor, aunque los mexicanos se sigan apretando el cinturón, que ya lo tienen en el cuello.

La celeridad  con que fueron aprobadas las reformas sorprende, aunque los expertos e intelectuales hayan encontrado numerosas deficiencias; ningún partido político desde su posición de privilegio  puede atribuirse la defensa de la patria, sólo por no compartir “las grandes mordidas”, pretextando ideología.

Hace 40 años se nos ofreció abundancia por el petróleo y sólo nos dejó: lágrimas de cocodrilo y una obscena inflación; no hubo culpables, aunque la memoria sí registra responsables; sin reforma anticorrupción, la historia se repetirá, dentro de 5 años lo sabremos o antes.

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