La Regina y Uber

El gobierno dice que el servicio es ilegal, pero tendrá que legalizarlo porque se necesita.

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Viernes de limpieza y de Regina. El calor la motiva a elegir prendas breves y su cuerpo acredita plenamente el derecho a que las use muy ajustadas.

Al admirarla, hay quien lamenta haber alcanzado la edad en la que procurarse la compañía de una mujer extraña sólo se logra estacionando el coche afuera de un bar y esperando a que alguna salga sola y se acerque a preguntar si es el Uber que espera… “¿Cómo estás?”. “Bien, Don. El compadre consiguió trabajo”. “¿Dónde?”. “Tiene coche y se inscribió al nuevo servicio de taxis que llamas apretando un botón del celular”. “¿Cómo le va?”. “Bien, pero ya van tres veces que llega a un motel y la que sale de ahí es la comadre”. “¿Su esposa? Qué coraje”. “No, él está feliz porque el viaje se cobra en automático a la tarjeta de ella”. “Vaya... El gobierno dice que el servicio es ilegal, pero tendrá que legalizarlo porque se necesita. Crea empleos y fomenta la competencia. La sociedad se hace de la vista gorda y lo utiliza cuando se le antoja, porque un trato cálido y agradable siempre se agradece, y más a un precio justo. Satisface la necesidad de que te lleven a donde quieres y como quieras”. “Sí… que legalicen la prostitución, Don”. “Hablo de los taxis, Regina”.

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