Residentes de hoy

Estos “infantes” de la Medicina con laptop en mano y aire de omnipotencia olvidan que sólo existe una profesión que no puede evadir el contacto amigo y humano.

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Se acuerdan de Alberto Cortez y su canción “Mi árbol y yo”: “Mi madre y yo lo plantamos/ en el límite del patio… / Muchos años han pasado y por fin he regresado a mi terruño querido”.

A manera de analogía quisiera decirles cómo extrañamos aquel calor humano y respeto hacia los demás que, como evangelio, nuestros maestros nos inculcaban. Hoy, aquellos valores y principios son letra muerta, o parte del anecdotario de las nuevas generaciones de médicos.

Cuando alguien incursiona ya como galeno graduado a una especialidad, lo definimos como residente, sí,  aquel que ha decidido entregar su vida con el afán de preservar la existencia de otros en determinada área del amplio abanico de las ciencias médicas. 

Pero, ¿qué ha pasado? Permítanme decirle que quienes tenemos algunos ayeres y aún estamos en el campo de batalla vemos con nostalgia cómo los actuales jóvenes “Montessori”, con desdén e ironía, escuchan los consejos y experiencias de nosotros los “viejos”. Y este fenómeno no es privativo de los discípulos de Hipócrates.

Baste sólo ver en los medios de comunicación a nuestros mesiánicos mozalbetes ocupando curules de la máxima palestra del país. Los históricos senadores de cuna griega seguramente se estarán “retorciendo” en el Parnaso en el más allá. Si de la Medicina hablamos, ¿quién no recuerda a los Dres. Laviada, Lizardo Vargas o al pionero de los consejos médicos en la radio, Sr. Dr. Heberto Méndez Cetina. El sólo escuchar sus nombres me obliga a ponerme de pie… pues “tenemos recuerdos mi árbol y yo”.

¡Qué contrastes, amigo lector! Ahora, si tienes suerte, te saludan, se rifan a ver a quién le toca valorar a un paciente y, por si fuera poco, se les olvida poner indicaciones al que tiene “muerte cerebral” porque Morfeo (dios del sueño) los llamó en aquella guardia.

¿Qué está pasando? Estos “infantes” de la Medicina con laptop en mano y aire de omnipotencia olvidan que sólo existe una profesión que no puede evadir el contacto amigo y humano. Ya quítense ese caparazón de “intocables” y empiecen con humildad a cumplir con las obligaciones asignadas.

Paulatinamente vayan haciendo camino al andar y olvídense de actitudes y “directivos proteccionistas” que sólo los maleducan y bajo el falso concepto de “protección a los derechos humanos o la norma oficial mexicana no les exigen a cabalidad su delicadas obligaciones”.

Eviten que algún día regrese a “mi terruño querido” y sea presa de la indiferencia y falta de sensibilidad, contra lo que en otra época caracterizó a los Maestros de la medicina yucateca.

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