Ya han pasado más de la mitad de los 120 días a los que se refirió en su mensaje de principios de septiembre el presidente de la República para lograr las grandes transformaciones para México.

Se refería a los grandes cambios estructurales que pondrían a nuestro país en la ruta del desarrollo.

Los cambios hasta ahora vistos no corresponden a su dicho. Tenemos por una parte una Reforma Educativa que lo menos que se puede decir es que ha generado ingobernabilidad y que está inaplicada. Por otra, una Reforma en Telecomunicaciones fallida desde la composición de su órgano regulador.

Se ha sumado en estos días una Miscelánea Fiscal que sin menoscabo de algunos avances de política social es recaudatoria, impone nuevos gravámenes a quienes siempre pagan, no motiva la ampliación de la base de contribuyentes y pone en riesgo la productividad y la generación de empleos en una época de desaceleración económica. Todo ello en aras de incrementar el monto del Gasto Social cuyos buenos frutos –en su caso– serán nulos si no hay crecimiento económico.

La Reforma Política corre el riesgo de quedar en una minúscula Reforma Electoral, en tanto que la Energética –si es aprobada– en su cortedad de miras dejará mucho que desear en cuanto generadora de desarrollo y sobre todo en transparencia y combate a la corrupción.

Eso sí, decrecen los índices de crecimiento económico y en contrapartida se incrementan la tasa de desempleo así como la inseguridad e ingobernabilidad en vastas zonas del país. 

Se dice que “obras son amores y no buenas razones”. La realidad no está concordando con los discursos. Ni con los elaborados y dichos por el Gobierno Federal ni tampoco con los expresados por los partidos de oposición en el llamado “Pacto por México”. De ello son testigos y paganos los ciudadanos. Insistimos en que urgen rectificaciones.