Retorno al Yucatán de los abuelos

Cuando nuestra población era rural mayoritariamente y la economía estaba orientada a la producción de alimentos y materias primas.

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No cabe duda que el perfil de la economía yucateca ha experimentado transformaciones a lo largo del tiempo, que han modificado también en nuestra manera de ser y de relacionarnos con nuestros vecinos, tanto próximos como distantes, sí los hay, en este mundo globalizado.

Así, la preponderancia que tiene el sector servicios, con ingresos y ocupación muy superiores a los que corresponden a los sectores primario e industrial, hace completamente diferente al Yucatán de hoy de nuestros padres y abuelos, cuando nuestra población era rural mayoritariamente y la economía estaba orientada a la producción de alimentos y materias primas.

Entonces, dadas las dificultades para la comunicación y el intercambio mercantil con el resto de la república, debíamos garantizar la producción de nuestros bienes de consumo básico como los granos, cereales, carnes, leche, frutas, y obtener mediante la importación, fundamentalmente de ultramar, los bienes suntuarios y de capital, como la maquinaria y equipo, para nuestra industrialización.

Industrialización que se llevó a cabo con el largo acompañamiento de más de un siglo en que se expandió y floreció  el cultivo e industrialización del henequén, que en su punto de apogeo cubría extensiones desde el noroeste de nuestro estado hasta los linderos por un lado del cono sur, y por el otro de los municipios vecinos del Estado de Campeche.

Industria que, en declive, a mediados del siglo pasado abarcaba alrededor de 300 mil hectáreas y ocupaba a cerca de 50 mil familias de agricultores, entre ejidatarios, pequeños propietarios y los llamados parcelarios, y que hoy día quedó reducida a 7 mil hectáreas aproximadamente, para dar ocupación a cerca de 5 mil  campesinos, para cuya mayoría representa únicamente una actividad complementaria.

Aunque se advertía la necesidad de emprender actividades de diversificación productiva desde tiempos de Felipe Carrillo Puerto,  fue en los años 60 del siglo pasado cuando se impulsó de manera decisiva la reconversión de las actividades primarias hacia diferentes cultivos y la pesca, abriendo por primera vez terrenos para agricultura mecanizada y distritos de riego para la citricultura, en la zona sur. Pero las malas condiciones de vida de la población rural y sus bajos ingresos, conjugados con la atracción que ejercían las ciudades, cuyo crecimiento exigía más mano de obra, dio pie a una fuerte oleada de la migración del campo, cuyos habitantes  se incorporaron básicamente a la industria de la construcción, primero en la ciudad de Mérida y más recientemente a los destinos turísticos del Caribe mexicano como Cancún, Playa del Carmen y la Riviera Maya.

Población que continúa arraigada a su población natal, a la que regresan los fines de semana, en los lapsos en que escasea el trabajo en esos polos de atracción, o para realizar trabajos agropecuarios, cuando conservan sus parcelas.    

El relajamiento paulatino  a manos del Estado mexicano de las actividades para el desarrollo rural y luego su total abandono; el desmantelamiento de las instituciones de banca de desarrollo que le otorgaban financiamiento y de las que apoyaban su comercialización, como la Conasupo, que con el “precio de garantía”  disminuía el grado de incertidumbre característico del sector agropecuario, transformaron  a nuestro país de exportador neto a importador de nuestros alimentos, incluyendo al maíz, la leche y las carnes. Lo que nos cambió el rostro.

Pero si fue cierto que antes resultó más barato adquirir granos, cereales y productos agropecuarios en el mercado mundial, que producirlos, también lo es que las leyes económicas son a mediano plazo ineludibles, de tal manera que en la actualidad, a partir entre otras cosas de la utilización de los granos y cereales para la elaboración de fructosa y “biocombustibles”, los altos precios agropecuarios internacionales hacen posible su producción rentable en nuestro país.

Ciertamente estamos a muchos años del Yucatán de los abuelos, cuando nuestra  actividad económica, agropecuaria, artesanal e industrial se centraba en cubrir nuestras propias necesidades, con nuestros ingenios azucareros, hilanderías, fábricas de cigarros, cerveza y zapaterías,  me parece que el péndulo de la historia nos acerca nuevamente a ellos, propiciando el retorno al campo, pero en un nivel superior de la espiral, pues contamos ahora con avances tecnológicos que nos permitirían ser además altamente productivos, de manera que, cubierto el mercado interno, nos sumemos a la actividad exportadora.

Nos alcanzó de nuevo el pasado, pues el futuro se presenta como una oportunidad para utilizar plenamente los recursos naturales de que disponemos los yucatecos: tierras, agua y clima, para transformar nuestro Estado en un granero.

Nuestra generación, que  vio el declive del modelo económico basado en la producción agropecuaria, por cuestiones de mercado y baja rentabilidad, alcanza ahora a vislumbrar la nueva etapa del boom agropecuario de mañana.  

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