Reyertas ejemplares
La reyerta en la que Vargas Llosa propinó público puñetazo a Gabriel García Márquez fue durante mucho tiempo un enigma.
En literatura, las reyertas son casi siempre verbales, pues se prefiere usar las armas propias del oficio -las palabras- que duelen más y suelen ser indelebles.
Como excepción, la reyerta en la que Vargas Llosa propinó público puñetazo a Gabriel García Márquez fue durante mucho tiempo un enigma. En 1976 en la Ciudad de México, a la salida de la exhibición de un documental sobre los sobrevivientes de Los Andes en la que Vargas Llosa fue narrador, García Márquez abrió los brazos para felicitarlo y aquél, sin avisar, le recetó tremendo puñetazo.
Al día siguiente, García Márquez se presentó ante los amigos para que dieran fe, sin mayores explicaciones; sin embargo, su mujer, Mercedes, comentó: “Puse a Mario en su lugar”. “¿Y qué hiciste?”, le preguntaron. “Lo llamé macho peruano”. Sentencia que sirve de penitencia, como cuando Diógenes, el del tonel, golpeado por unos jóvenes, escribió sus nombres en una tablilla y se paseó con ella, con lo que “vindicó su injuria exponiéndolos a la reprensión y censura de todos”, como relata su tocayo Diógenes Laercio.
Por años se especuló si el incidente se debió a las diferencias políticas de los tiempos en que muchos intelectuales se dividieron por los excesos del régimen cubano, creencia tal vez reforzada por el mismo García Márquez, quien al día siguiente de la agresión visitó al fotógrafo Rodrigo Moya, quien lo fotografió: “Gabo fue evasivo y atribuyó la agresión a las diferencias que ya eran insalvables… (Vargas Llosa) se sumaba a ritmo acelerado al pensamiento de derecha” y él “seguía fiel a las causas de la izquierda”; pero su mujer, Mercedes, otra vez puso la glosa: “Es que Mario es un celoso estúpido”.
En 2007, Moya publicó la famosa fotografía de García Márquez con el ojo morado y un texto: La terrífica historia de un ojo morado.
Ese año, Vargas Llosa declaró que “García Márquez y yo tenemos un pacto tácito… no hablamos de nosotros mismos para darle trabajo a los biógrafos, si es que merecemos tenerlos después...Que ellos averigüen, que ellos descubran, que digan qué pasó’’.
Hoy lo sabemos por el testimonio del cercanísimo Plinio Apuleyo Mendoza quien, además de relatar como testigo de primera fila la reyerta de intelectuales sobre el tema de Cuba, confirma que la reacción de Vargas Llosa se debió a que pensó que García Márquez estaba coqueteando con su mujer; y por
Moya, quien cuenta que los García Márquez habían tratado de mediar en los disturbios conyugales de Vargas Llosa por una supuesta infidelidad del peruano. García Márquez le habría sugerido a la mujer de Vargas Llosa que lo pusiera celoso insinuándole que otros la cortejaban.
A diferencia de Góngora (“éste que, siendo solamente cero,/ le multiplica y parte por entero”) y Quevedo (“Yo te untaré mis obras con tocino/ Porque no me las muerdas, Gongorilla”), que protagonizaron la más sicalíptica reyerta verbal de la lengua española, Vargas Llosa y García Márquez siguieron profesándose un reconocimiento mutuo como escritores, mucho más allá del puñetazo. Así sea.