En las fiestas decembrinas -tanto en las posadas y en Navidad como en el fin de año- existe un vocablo que es quizá el más repetido, lo mismo expresándose de manera aislada que acompañado de las más variadas reflexiones: la palabra salud.

Se dice sin aclarar si es anhelo, logro o simple motivación para continuar bebiendo o si se expresa como un deseo para las otras personas en el futuro de sus vidas.

Es común escuchar que habiendo salud lo demás poco importa o viene sólo, con la conciencia de que gozar de buena salud, además de ser un preciado bien en sí, es condicionante para poder disfrutar de los otros.

En un intento de obtenerla o de conservarla, la incluimos en el listado de los propósitos de un año que empieza. Modificaciones a la alimentación y el inicio o incremento de actividades físicas son algunas de las intenciones por mejorar la calidad de nuestras vidas.

Lo cierto también es que todo esto tiene que ver -casi en un 100%- con decisiones, voluntad y constancia personal como si solamente de nosotros dependiera la modificación de hábitos perfectamente impresos en nuestra conducta y que -en muchos casos- forman parte de nuestro entorno como elemento cultural de la sociedad a la que pertenecemos.

Afirman los que de estos temas saben -y a los que me uno- que un país como México, donde más del 70% padecemos enfermedades como el sobrepeso, la búsqueda de bienestar en la materia rebasa por mucho las decisiones individuales y que debe existir una política pública que resuelva el problema.

Necesitamos de las autoridades encargadas de la salud -más que buenos deseos y “compromisos”- hacer lo mejor que puedan. Una sociedad que día a día está más enferma requiere de medidas drásticas y resultados concretos.