Se acabó la fiesta

El final de un poema del español Don Antonio Machado dice: “Vamos bajando/ la cuesta/ que arriba en mi calle/ se acabó la fiesta…”

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El final de un poema del español Don Antonio Machado dice: “Vamos bajando/ la cuesta/ que arriba en mi calle/ se acabó la fiesta…” y es lo que sucedió en el fútbol mundial de la Copa Brasil 2014. Se acabó una fiesta a la que asistimos y no nos invitaron, dimos como un hecho manipulador el estar ahí. 

Los aparatos ideológicos nos plegaron sistemáticamente a los monitores televisivos para buscar desbordar ilusiones y sueños en una afrenta entre la agilidad del pie y el dominio del balón. En el despliegue de banderas y la entonación efusiva y emocionada, de himnos nacionales representativos. Con el nervio a punto de estallar, en el grito salvaje de la modernidad al goooooool o la tristeza rayana en la depresión, por lo contrario. 

Fue un mes donde el tema apropiado e incluyente planteó el alegato al idioma futbolero de las jugadas. Los yerros arbitrales. Las oportunidades perdidas en anotaciones inconclusas y la supremacía física de los equipos en cuestión.

Entramos –por lo menos- un tercio de la población mundial en un éxtasis de apariencia distractora. El mismo, donde hicimos a un lado los problemas cotidianos que nos aquejan, como si quisiéramos que no volvieran jamás. Como si de algo –realmente- nos hubiera servido haber vivido momentos anestésicos de una emoción fugaz e intrépida. Esta debiera ser una fiesta que nos debería dejar, por lo mínimo nuevas reglas en los juegos mundialistas futuros,  por ejemplo, en lo que corresponde al arbitraje. 

¿Cuánto nos aporta este entretenimiento que bajo la fanaticada futbolera dejan las enormes ganancias? ¿Por qué nos dejamos envolver por una enorme maquinaria del consumo y la vanidad? ¿Por qué antes de soñar en ser grandes en el balompié, no lo somos en educación, en la cultura, en la anticorrupción o en las psicodependencias del alcohol y las drogas? 

Por decirlo llanamente, en esta “fiesta” los únicos ganadores fueron los organizadores. Los dueños del gran capital mundial. De los países que mandan el producto, a los países que obedecemos al consumo. Aprovechándose del juego de masas –que es el fútbol- por medio de los adelantos tecnológicos en la comunicación tramaron la “fiesta”, para nosotros, y obedecimos al psique colectivo de la emoción cooptada, la alegría pasajera o la frustración simbólica. 

La Selección mexicana llegó al evento, dio dos garrotazos a la piñata y cuando quiso romperla,  uno de los invitados simuló estar herido y nos despidieron de la “fiesta”. Esto me recuerda en el pasado al “comes y te vas “, de Vicente Fox a Fidel Castro. 

Finalmente –el domingo pasado- concluyó con las expectativas previamente anunciadas: Alemania, campeón. Frente a una Argentina, a pesar de no cesar en batallar y todas las esperanzas puestas en Messi, se llevó a casa un segundo lugar, que aunque no es óptimo sí podría ser modesto. Máxime si lo comparamos con un Brasil que  al final se derrumbó casi al oprobio.  Como dijera Machado: “en las noches de San Juan/ todos comparten su pan/ su mujer y su gabán/ gente de 100 mil/ raleas./ Vamos bajando la cuesta/ que arriba en mi calle/ se acabó la fiesta”.

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