Se va el papa

Han sido tiempos de gran desgaste personal para Joseph Ratzinger que empezaron durante el pontificado de Juan Pablo II.

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Esta columna no puede abstraerse del impacto que causó –a partir de la madrugada de ayer– la renuncia de Benedicto XVI en la Iglesia católica y mas allá de sus fronteras. Lo inusual del suceso y lo inesperado del mismo ha dejado impactada a buena parte de la población del mundo y se ha convertido en la más importante noticia del momento.

De la disminución en la salud del sumo pontífice se había comentado sin que en las consideraciones al respecto fuese incluida la probabilidad de su dimisión. Su condición física se había visto reducida –dramáticamente– pero pareciera que aún peor que esto era la merma anímica.

Casi ocho años de dura gestión han sido demoledores tanto en el cuerpo como en el alma de quien hasta el 28 de febrero presidirá la Iglesia que ha sido sometida –durante este tiempo– a las más severas críticas por la desviada actuación de algunos de sus sacerdotes, que han sido noticia en el mundo y razón de laceraciones a la Iglesia misma.

Con esto ha tenido que cargar en sus espaldas –que hoy acusan el cansancio– al mismo tiempo de enfrentar la presión por hacer modificaciones sustanciales a lo que hasta hoy ha enseñado la doctrina de la fe que presidió directamente en los años previos a ser Papa.

Por eso nos ha anunciado que ya no tiene la fortaleza para seguir dirigiendo una Iglesia que no está dispuesta a ceder en sus convicciones, ni para vivir una nueva etapa en la que requiera adecuarse y tenga significativas diferencias.

Estos han sido tiempos de gran desgaste personal para Joseph Ratzinger que empezaron durante el pontificado de Juan Pablo II cuando comenzaron a llegar las más importantes acusaciones. Finalmente ahora se va quien, como Jesucristo, padece por los pecados de los demás. Una oración por él.

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