Ser docente

En la sociedad es muy notoria la idea de que la docencia es una ocupación sencilla, que el trabajo dura solamente las horas en el salón de clases.

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Crecí escuchando frases como “los maestros son unos flojos”, “ellos sólo trabajan en la mañana y se dan la gran vida en la tarde”, “tienen sus vacaciones bien marcadas en el calendario y quedan con buenas pensiones”, “vacacionan los fines de semana y les dan unos puentazos”. 

En la sociedad es muy notoria la idea de que la docencia es una ocupación sencilla, que el trabajo dura solamente las horas en el salón de clases, después de haber presentado un examen de oposición en el que supuestamente la plaza se gana con facilidad o se atravesó un proceso de reclutamiento sencillo. 

Seamos docentes de contrato por unas horas o tiempo completo, seamos profesores de escuelas públicas o privadas, seamos docentes de distintos niveles educativos, esa imagen generalizada e injusta recae sobre nosotros. 

Este estereotipo se ha aseverado con los conflictos magisteriales que esta columna no tiene como objetivo mencionar ahora, lo que mis letras persiguen es enunciar la desinformación acerca de la labor que los profesores hacen a diario, como sucede que a veces olvidamos que lo emocional y sentimental influye en el aprendizaje del alumno.

Tengo muy fresco el recuerdo de una mujer que nos decía la razón por la que se inscribió a un curso de la Normal. Casada y con un hijo de un año, le desesperaba su horario completo pegada al escritorio de una oficina, lo que más deseaba era estar atendiendo a su hijo, sin guarderías, nanas y abuelas socorristas de por medio. Quería dejar su trabajo y volverse maestra. 

Eramos, esa vez, un salón muy rico en experiencias, integrado por docentes de varios años y quienes aspiraban a serlo, las discusiones eran interminables e interesantes. Fue fascinante ver el esfuerzo de los inscritos para formarse como educadores, a pesar de que el curso duraba las tres semanas de las vacaciones de verano. 

La razón de la señora fue respetada por los aspirantes, los experimentados se reservaron los comentarios. Esa imagen de los profesores había traído a esa señora a la escuela, esperanzada en ver al magisterio como solución, creyendo que tendrá más tiempo para su hijo con “la menos ocupada vida del docente”. 

Cuando la escuchaba pensaba en otros docentes que se lamentaban de no poder asistir a los festivales navideños de sus hijos por estar en los festivales de las escuelas donde trabajan. En esa imagen negativa del maestro no se habla de las tardes que pasamos planeando clase o de las horas que uno trabaja fuera del aula, sin otro pago que el del aprendizaje del alumno.

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