'SI HUBIERA…', culpa y lamento

El dolor por la muerte de un ser querido afecta no sólo al cuerpo, sino también a las emociones y a la conducta.

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No te mueras con tus muertos.- René Juan Trossero, psicólogo

Cuando muere un ser querido, es muy común que se sientan culpa y dudas de lo que hicimos o dejamos de hacer o pudimos haber hecho, y decimos: “Si hubiera…”. No es realista ni sano juzgar el presente a partir de una decisión del pasado; hay que pensar que, dentro de tus posibilidades y sin tener “la bola de cristal” para ver el futuro, hiciste lo mejor que supiste y pudiste de acuerdo con la información que tenías entonces, la presión del momento, las emociones que sentías y/o el grado de libertad con el que contabas en aquella situación, y no por ello te has de culpar y castigar.

El dolor por la muerte de un ser querido afecta no sólo al cuerpo, sino también a las emociones y a la conducta. Aun sabiendo que la muerte es inevitable, es una experiencia para la que no estamos preparados. Se puede llegar a pensar que nuestras reacciones son anormales, y más, cuando nuestro entorno social no nos apoya.

Todo lo que sintamos en este, poco fácil, proceso de aceptación de la realidad es natural y normal; nunca es igual al de nadie más ni está sujeto a la aprobación de otr@s. Los sentimientos más frecuentes son: el enojo, la tristeza y la ansiedad.

Es muy importante distinguir entre “me es imposible vivir sin él/ella” a “me es menos fácil vivir sin él/ella” e irnos adaptando a su ausencia, con mucho esfuerzo, ya que la vida no será la misma; muchos aspectos cambiarán, no hay de otra. Esos cambios conllevan maduración y crecimiento.

Sentirse mejor, con esperanza y optimismo que son sentimientos positivos, nos fortalece, y no significa que hemos dejado de amar a quien se fue. 

Quedarse triste el resto de la vida de ninguna manera es un homenaje al ser querido. No hay reglas de cuándo un duelo llegará a aminorar, ni predecir en cuánto tiempo terminará. Depende de cada persona y sus fortalezas. 

Un buen indicador es cuando se piensa en el ser querido sin aquel dolor incapacitante; cuando se vuelve a dar o recibir cariño sin sentirse “culpable”. También cuando se recupera el interés por la vida, y se va uno adaptando a la realidad. 

Tengamos paciencia y fe en la recuperación, ¡llegará! Y a pesar de lo duro que es el proceso, al final se descubre que sí se puede seguir viviendo y que la vida tiene sentido. ¡Dios nunca se equivoca!              

¡Ánimo!, hay que aprender a vivir.

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