Nadie en su sano juicio puede negar que el régimen democrático es condición indispensable para vivir en un Estado de Derecho, con vigencia de las libertades, con respeto a los derechos humanos y con capacidad para el crecimiento y desarrollo económico con justicia.

Sin embargo, en los días que corren sería saludable recordar que, si bien esto es así, por sí misma la democracia no es la panacea a todos los problemas. Para dar buenos resultados requiere de otros ingredientes. La participación ciudadana, la credibilidad de las instituciones -entre éstas los partidos políticos-, la transparencia y el combate a la impunidad: el acuerdo entre diferentes que dé resultados de bien público, entre otros, son indispensables.

Esto viene a cuento cuando vemos lo que acontece en Venezuela.  A diferencia de casi la totalidad de los países de América Latina -México entre ellos-, donde las elecciones democráticas son de años recientes, Venezuela ha tenido procesos de este tipo desde finales de 1958 con el llamado “Pacto de Punto Fijo”, a partir del cual fue electo  Rómulo Betancourt como Presidente, dando fin a la dictadura militar.

Más de media centuria después, vemos un país con una crisis económica, social y política de enormes dimensiones. ¿Falló la democracia? No, no es así; la corrupción, ineficiencia, impunidad de los gobiernos emanados de diferentes partidos, el abandono del deber ciudadano de participación y exigencia, la falta de articulación de la sociedad civil  han sido los causantes de este desastre que produjo, además, el encumbramiento del populismo.

Esperemos mejores tiempos para nuestros hermanos venezolanos. Pero sobre todo esperemos que los mexicanos aprendamos de su dolor y no abdiquemos de nuestras responsabilidades ciudadanas. La democracia no es sólo para elegir gobernantes, es para participar y exigir a diario resultados a quienes tienen nuestro voto.