Solidarios suspiros ante dos silicones

De un gesto de sorpresa pasa a un risueño rostro, recuerdos de una niñez feliz y la ternura de su madre.

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Manejando por la Avenida Itzaes, junto al Centenario, hago mi alto. A las vivas, una creativa manifestación irrumpe soberana por el costado izquierdo de mi auto.  La camioneta de una empresa comercial exhibe un letrero que en cuestión avisa, alarma, propone y altera la razón. 

La primera impresión es una mujer con ojos maquillados de azul, falda corta, en postura recargada hacia el frente sobre un tapetito, senos superlativos, cubiertos apenas, vaya usted a saber si con Photoshop, que propone al espectador el siguiente slogan “Necesita silicones?”. Ya la imagen daba para mucho, pero además ¿de colores... silicones de colores?

La segunda impresión fue de gozo y algarabía, y me bendije porque existen anunciantes tan sensibles como este afortunado diseñador, que hacen la vida más ligera; de suspiro. Pero el tiempo miente cuando uno se arroba y el chofer de la combi justo atrás de mí, con la palanca de velocidades y el guarache presto en el acelerador acciona el claxon, desesperado porque no me integro a la circulación que ya avanza. Pero él no puede ver lo que yo sí, y otro claxonazo con sirena sacude el ambiente.

Mientras tomo la foto con el Iphone me digo que no puede tener el pulso tan alterado  como yo -digo “tan” porque alterado  de seguro lo tiene por la molestia que le causa mi  inmovilidad- y miro al retrovisor para distinguir  en él una cara de pocos amigos y un par de brazos manoteando. Guardo el móvil y avanzo.

Y como suele pasar, el tráfico pone todo en su lugar, porque ante otra luz roja, quedan a la par la exuberante mujer y el chofer del colectivo, quien pasa ahora por la misma experiencia de un servidor. 

El conductor acecha a la fémina y esta vez toma las cosas con calma. De un gesto de sorpresa pasa a un risueño rostro, recuerdos de una niñez feliz y la ternura de su madre. Ahí el fulano endereza su mirada al frente seguro de que lo observo por mi espejo. Sonríe pícaramente. Saca la mano izquierda por la ventana de su transporte y me manda una disculpa amistosa, haciendo las paces con las manos, proponiendo una comunión total. 

La comprensión que abre todas las puertas, nos hace solidarios y fraternos en ese intenso momento en la bellísima Mérida.

Me congratulo por el instante tan comprensivo. Le muestro mi pulgar hacia arriba  y cambio de carril. Vaya biem

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