Sólo el que carga el morral, sabe lo que lleva dentro

En verdad que no pudiera definir si los maestros tienen o no la razón. Someterse a una evaluación obligatoria, no voluntaria, para probar su capacidad de desempeño...

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En verdad que no pudiera definir si los maestros tienen o no la razón. Someterse a una evaluación obligatoria, no voluntaria, para probar su capacidad de desempeño y, en caso de no aprobar en uno de tres intentos, tener que dejar la plaza a alguien con capacidad, habla de un paso más que importante planteado en esa reforma educativa, que han hecho aparecer tan sombría, que el ciudadano común ni siquiera alcanza a entender de qué se trata. Sólo sabe que los profesores no quieren dar clases y que argumentan violaciones a sus derechos laborales, lo que conlleva a la paralización del sistema educativo mexicano que es apenas competitivo.

Los esfuerzos realizados por los gobiernos federales y estatales para llevar educación a cada rincón de México, ensalzado por muchos medios de comunicación, probablemente sean importantes, pero la calidad de la enseñanza, sobre todo en el nivel básico, es poco competitiva y mediocre, salvo contados colegios públicos donde la plantilla docente se ocupa de llevar sus planes de estudio más allá de lo oficialmente aprobado como suficiente.

No sé qué pensará usted, padre de familia con niños en nivel primaria –particularmente ahí–, cuando lleva a su retoño a la escuela a las siete de la mañana y antes de las 12 del día ya tiene que regresar por el pequeño o pequeña, que sale remolcando tremenda mochila cargada con libros de texto gratuitos, además de una guía de ejercicios de 200 pesos, libro de inglés de 300 pesos y otros tantos artilugios de apoyo didáctico más.

Con apenas cuatro horas diarias de docencia –si es que en una de esas los mentores no 
tienen algún curso de especialización los jueves o junta sindical los viernes–, los niños reciben cátedra 20 horas a la semana, lo que hace forzoso otras tres tortuosas horas diarias de tareas para el hogar. Con tantos libros y tareas, ¿para qué los maestro de escuela?

¡Mon Dieu! exclamaría sin duda mi abuelo, para luego cuestionar ¿dónde están los respetados profesores de antaño, sufridos, entregados, con vocación y oficio? ¿Qué temen hoy al afrontar evaluaciones que, a mi modo de entender, tienen que ver con enseñanza de calidad? ¿No es eso lo que queremos para nuestros hijos? ¡El 75% por ciento de los maestros reprobaron la más reciente evaluación nacional!

No sé si los profesores tengan razón de detener la maquinaria educativa. Tal vez los niños deban extender el curso lectivo para recuperar todos los días que se pierdan mientras los adultos mantienen este duelo de poderes, unos por número y otros porque son la autoridad, pero ese no es el mayor problema. Lo es la negativa magisterial a someterse a la profesionalización y la insistencia de sistema por mantener viejos vicios relacionados con el sindicalismo más que con la enseñanza, porque lo que en realidad prendió a un grupo de mentores en Quintana Roo, fue el hecho de que Sara Latife Ruiz Chávez, que nada tienen que ver con el sector salvo el nombramiento como titular de Educación, anticipara que 300 maestros comisionados retornaran a las aulas. 

Y es entonces cuando, checando el Fondo de Aportaciones para la Educación Básica y Normal (FAEB) en su reporte 2012, encuentro una lista de mil 37 maestros comisionados, entre ellos líderes y ex líderes magisteriales con dos comisiones de hasta 200 mil pesos. Hay muchos nombres conocidos que ostentan hasta nueve comisiones diferentes, pero me gustaría saber si Emilio Jiménez Ancona, ex líder magisterial y en breve diputado por la vía plurinominal, renunciará a alguna de sus dos comisiones o las dos plazas que mantiene en Holbox, municipio de Lázaro Cárdenas, las que probablemente justifique como “logros sindicales”, privilegios de los que han gozado todos y cada uno de los exdirigentes magisteriales llevados como “cuota” al Congreso local.

¿No será esta la verdadera razón por la que los profesores quintanarroenses se resisten a una reforma educativa? 

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