Somos inquilinos del cuerpo

Tengo exactamente 30 días sin tomar refresco ni café. El mismo tiempo que llevo conociendo más mi cuerpo.

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Durante varios años mi gran preocupación fue forjar mi intelecto, leer a los escritores de mi preferencia y los “clásicos” que pasaron por mis manos, descuidando otras piezas que me completan. Es la gastritis la que rememora en mis entrañas las incontables madrugadas que pasé tecleando todo tipo de documento en la laptop, mientras el café no cesaba de llenar mi taza una y otra vez. 

Entre estudiar y trabajar, se fueron numerosas horas de comidas que no hice, con ello, cuando la acidez no se podía aguantar más,  improvisaba con pastelillos y panes altos en azúcar, que se adquieren en cualquier supermercado. Ahora, en perspectiva, reprobaría a esa universitaria demasiado presurosa que, sin pensarlo en absoluto,  hacía estragos en su salud. 

Tengo exactamente 30 días sin tomar refresco ni café. El mismo tiempo que llevo conociendo más mi cuerpo, tomando la firmeza suficiente de evitar hábitos nocivos para mi salud. Es bastante normal relacionar el ejercicio y el decir “no” a ciertas comidas con la pretensión de lograr una figura socialmente aceptable. Cambiar de hábitos, en este sentido, debería ser una decisión que se tome principalmente con la intención de demostrarse que uno se apoya y ama. Que no es posible seguir intoxicándose el cuerpo en todo momento.

En la antigüedad pensaron que el cuerpo segregaba líquidos que lo hacían propenso a definir una personalidad, como sanguinario, colérico, melancólico y flemático. No tan lejana a esta teoría se halla la libertad que alcanza el cuerpo al transpirar, olvidarse del sedentarismo como estilo de vida permanente, el sentir que al fin es escuchado por el huésped caprichoso, a quien le costaba comprender su lenguaje. 

Leí en una nota periodística que México declaró emergencia epidemiológica por obesidad y diabetes.  Aunque siendo esto información reciente, observo a una persona comprar su imprescindible refresco de cola para la jornada de oficina.

Somos inquilinos del cuerpo que tenemos, la mejoría de los cuartos interiores depende de la aceptación de la fachada. La casa puede mejorar si se impermeabiliza de críticas duras, nada provechosas. Después habría que agudizar el oído para escucharlo y liberar espacios.

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