¿Son mexicanos los turcos?

Con todo y la antipatía que pueda despertar, el régimen de Erdogan no es una dictadura militar como las surgidas tras los golpes de Estado de 1960, 1971 y 1980.

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Parecía resuelto: los defensores de un área verde, la plaza Gezi, de las pocas que restan en Constantinopla (que los turcos llaman Istanbul), donde se iba a construir un centro comercial, obtuvieron un triunfo completo: el gobierno del primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, canceló el proyecto inmobiliario. La presión social ganó. Se habían sumado grupos que, por numerosos, debieron acampar en la contigua plaza Taksim, la más grande de la ciudad y la más activa.
 
Pues no: como guiados por el CGH y El Mosh, los turcos elevaron el tiro y exigen la renuncia del primer ministro Erdogan. Como gobernante, tiene a su favor que afirma la separación de religión y Estado. Pero es conservador: Turquía ha retrocedido ante la presión del islam e impuesto medidas que en México, ya no digamos en las democracias europeas o en el mismo Israel, serían escándalo. No ha impuesto la burka de los fanáticos, pero el beso en público, la ropa femenina (la masculina es libre), el consumo de alcohol, la tv, el cine y la prensa tienen restricciones cuya fuente es el Corán. Gran diferencia con la república laica diseñada por el fundador, Kemal Atatürk.
 
Con todo y la antipatía que pueda despertar, el régimen de Erdogan no es una dictadura militar como las surgidas tras los golpes de Estado de 1960, 1971 y 1980, cuando el general Kenan Evren disolvió el parlamento y el gobierno civil. Erdogan fue elegido primer ministro por voto popular, así que las grandes manifestaciones en Taksim tienen el mismo tufo que las concentraciones en el Zócalo del DF donde se exigía la renuncia del Presidente Calderón. O los gritos contra Peña Nieto.
 
En nota de MILENIO fechada este domingo, Erdogan hizo algo sin duda correcto: citó a los opositores a verse las caras en las elecciones municipales de marzo de 2014. En mitin de su partido que reunió más de 100 mil personas, recordó que el parque Gezi y la plaza Taksim no son propiedad privada de los manifestantes. Y, de nuevo, tiene razón, con todo y la mujer vestida con casi-burka a su lado: resuelta la demanda que llevó a ocupar Taksim, el campamento ya no se justifica.
 
Pero la nueva exigencia es que renuncie Erdogan. Ni el primer ministro ha terminado su período ni los manifestantes lo han acusado de algún delito que, de acuerdo con la ley turca, que ellos de seguro conocen, conlleve la caída del gobierno.
 
Suena muy conocido: no saben cuando ya ganaron.  

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