Sonrisas amargas desde el Olimpo

“Los días felices”, bajo la dirección de Ulises Vargas, cuenta con el espléndido trabajo actoral de Xhaíl Espadas como Winnie y de Miguel Ángel Canto como Willie.

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Cuentan que Samuel Beckett, Premio Nobel del mal llamado “teatro del absurdo”, cuando le informaron que su obra más conocida, “Esperando a Godot”, estaba siendo un éxito, se preocupó muchísimo. “¿Qué hice mal?”, cuentan que se preguntaba tan angustiado como sus personajes, porque su teatro no estaba hecho para gustar, sino para enfrentar en un espejo al espectador con lo más íntimo de su conciencia y lastimarlo.

Hay un arte cómodo, divertido, espumoso y dulce como la coca cola y hay un arte duro, conmovedor (la palabra más cercana a lo estético, ya sea feo ya sea bonito), doloroso. Y una sociedad necesita de ambos: divertirse, evadirse al volver de la chamba; y encontrarse consigo mismo en un momento que la modernidad ha llamado catártico para recordar la purificación de los griegos.

Es de agradecer que las autoridades municipales nos permitan un magnífico bocado de Samuel Beckett en el Centro Cultural Olimpo, así como los sábados, en el “remate” de Montejo, nos dan noche mexicana. 

“Los días felices”, bajo la dirección de Ulises Vargas, joven que crece cada vez con más seguridad y fuerza como artista, cuenta con el espléndido trabajo actoral de Xhaíl Espadas como Winnie y de Miguel Ángel Canto como Willie. 

No cabe la carcajada estentórea ante lo escatológico o la alusión genital, ni el moco fácil del melodrama. En Beckett el humor es un arma letal que exige la sonrisa amarga. Y siempre se burla de la humanidad entera (naturalmente empieza por él mismo), como quien viene de la tradición irlandesa de Jonathan Swift y su “Modesta proposición para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país”: comérselos, al año de edad, “nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y no dudo que servirá igualmente en un fricasé o un ragout”. Texto que, desde 1729, escandaliza conciencias sin autocrítica y sin humor.

Que el público abandone el teatro, indignado por no entender nada u ofendido por entender todo, es un homenaje a Beckett. Como también lo es que el Centro Cultural Olimpo permita gozar con “Los días felices” al espectador dispuesto a la amargura del examen de conciencia. Es de aplaudir.

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